¿Dónde está mi cabeza?, de Benito Pérez Galdós (El verano del cohete) Ilustraciones de Lorenzo Montatore | por Óscar Brox
Nada hay más fantástico que la realidad, o eso pensaba Dostoievski. Porque, y esto ya lo pensaba Alejo Carpentier, nuestra mirada está tan acostumbrada a lo mediocre que la realidad se antoja fantasía para el ojo cotidiano. Cuando apenas ha cumplido un año desde que comenzase su andadura, el proyecto editorial emprendido por El verano del cohete ha dado un nuevo paso con el rescate de una pieza de Benito Pérez Galdós, ¿Dónde está mi cabeza?, que se suma a la recuperación que anteriormente llevaron a cabo con un poema de Goethe. Hasta la fecha, la editorial se había caracterizado por su apuesta por relatos fantásticos con ribetes siniestros, entre la belleza y la melancolía, imaginativos y con un punto de crueldad como en el mejor de los cuentos. Sin embargo, con Galdós plantean un giro más que notable, en fondo y forma, en el que la chispa literaria de su autor se encuentra con la ingeniosa interpretación que ofrecen las ilustraciones de Lorenzo Montatore. Una delicia que hace de su pequeña edición un objeto precioso por sí mismo, fruto de un trabajo que entiende cada libro como una experiencia creada para ver y leer.
En el refranero español abundan las expresiones que hacen referencia a esos momentos en los que, de tanto abismarnos en nuestros pensamientos, acabamos fuera de combate. Algunos dirán que se les ha ido el santo al cielo, otros que han perdido la cabeza. Precisamente eso último le sucede al protagonista de esta miniatura escrita por Benito Pérez Galdós, que despierta una mañana acosado por un horrible presagio solo para cerciorarse de que, efectivamente, ha dejado de tener una cabeza entre sus hombros. ¿Cómo es posible algo así? Y, sobre todo, ¿cómo puede alguien sin cabeza mantener cualquier clase de respeto por la lógica y la realidad? No en vano, no son pocas las ocasiones en las que el protagonista del relato palpa el hueco, la tráquea al aire o el cuello que conectaba con el cráneo ausente para comprobar su desaparición. Así, como si nada. Dirá Galdós que con su dandi protagonista no hay que ahorrar en desgracias, que para alguien cuya vida es tan monótona, entre discursos filosóficos que caldean el cerebro pero no el corazón, no está de más que la cabeza se tome unas vacaciones por cuenta propia. De eso trata la fantasía, de suspender esa región tan común y familiar y descubrirnos qué se esconde entre sus pliegues; de eso trata, también, el humor, de hacer travesuras y reír con la sobriedad de los clichés, con la inutilidad de la compostura y con la profundidad de los pensamientos.
A buen seguro, el relato de Galdós tiene en los dibujos de Lorenzo Montatore al mejor de los aliados. Páginas siempre coloridas, con el ingenio de la mejor viñeta humorística, en las que su autor reconoce la deuda con ilustradores como Manolo Prieto o Ronald Searle; ilustraciones que capturan el tono irónico del relato, que potencian su expresividad en cada cuadro, en cada rasgo, mientras su autor representa las tribulaciones del protagonista del relato. Dibujos, en breve, que describen una realidad conquistada por la fantasía, en la que un hombre sin cabeza persigue a la desesperada cualquier pista que le devuelva su miembro perdido. La mejor compañía para el retrato afilado que Galdós hiciera de un temperamento intelectual anclado y sometido por sus tribulaciones, como un Narciso prisionero de su imagen reflejada.
Galdós, que poseía humor pero también piedad, hizo de ¿Dónde está mi cabeza? un muestrario, de pequeñas dimensiones, del intelectual dandi embebido por su mundo, como quien se imagina viviendo bajo una campana de cristal. Eran otros tiempos, claro, donde aún tenían plena vigencia las querellas literarias, donde uno podía encontrar en su efervescencia a modernistas, madrileñistas, a la generación del 98 -aunque este relato es de 1892-, a tantas manifestaciones literarias de una fecundidad asombrosa. Otra realidad, de esas en las que no está de más perderse de vez en cuando. Miniatura inacabada, pues la propia editorial promete continuar el relato en un próximo libro, la obra de Galdós hace buena no solo la afirmación de Dostoievski, también la sana y algo olvidada costumbre de criticar con ingenio la vertiente más mediocre y acomodada de nuestra realidad y de nosotros mismos. Otros tiempos, desgraciadamente pasados, que El verano del Cohete y Lorenzo Montatore se empeñan en acercar a través de sus ilustraciones con las dosis justas de humor, elegancia y fantasía.