En cualquier caso, ningún remordimiento, de Pino Cacucci (Hoja de lata) | por Óscar Brox
Esta es la historia de los chicos del arroyo, huérfanos de la revolución industrial, mano de obra barata que respira nada más nacer el polvo que desprenden las fábricas; que soporta hogares desestructurados y muertes prematuras, madres ausentes y padres alcohólicos; que se cobija en la melancolía de la resistencia. Este es el relato de Jules Bonnot, de su atracción adolescente hacia las causas perdidas, hacia la dignidad que nadie puede expoliar, la que ante el agravio eleva orgullosa el mentón, la que aguanta estoica la paliza del capataz, la delación de los compañeros y el despido de la empresa. Bonnot, un obrero ejemplar que de bien joven se desliza hacia los movimientos sindicales, hacia el anarquismo de palabras y hechos, ese que le cierra las puertas a un futuro empleo cada vez que su nuevo patrón recibe la ficha policial. Bonnot, un muchacho obligado a transformar la sensibilidad en violencia porque la realidad no le deja otra salida, porque el tiempo ya le ha robado demasiadas vivencias.
Esta es una historia de violencia, de fábricas que vomitan humo y pulmones jóvenes prematuramente ennegrecidos, de coñac barato que calienta las entrañas y prostitutas honestas en cuyo regazo encuentras algo parecido a un hogar. Bonnot crece, cambia de trabajo y de residencia, pasa por el ejército y se casa con la hija de una buena familia, desarrolla su interés por la automoción… pero nunca abandona el gesto airado, la revuelta interior contra el Estado. La policía le ficha y le pega, la Industria lo explota y lo despide, la sociedad lo condena y lo margina. Y Bonnot solo quiere vivir sus pequeñas cosas, recordar la cara del hijo y el tacto de la esposa. Pero eso nunca sucede, como tampoco nunca desaparece esa sensación que se arremolina en su estómago cada vez que camina por la delicada línea que separa una clase de la otra.
Esta es una historia de amor, el que encuentra entre los muslos de Nicolette, de la que se despide sabiendo que nunca más la volverá a ver; el que siente tras los abrazos de Sophie, que le da un hijo y un presente, un negocio y una estabilidad cuando los tiempos comienzan a zozobrar; y el que espera de Judith en sus paseos nocturnos entre las tumbas del cementerio. El amor de Bonnot es fugaz y eterno, una fuerza que nunca desfallece por muy negro que esté el panorama, aunque Nicolette se esfume, Sophie se evada con un cantamañanas y Judith no pueda reunirse con él en el embarcadero de Le Havre. No por ello deja de ser menos hermoso. Quizá el poco remanso de paz que Jules puede escribir en su biografía tiene lugar cada vez que amanece en un catre modesto abrigado por el calor de alguien que de verdad le ama tal y como es.
Esta es una historia de viajes, de zigzagueos constantes entre Francia, Bélgica y el Reino Unido, entre trabajos para salir del paso y pisos en los que mantenerse oculto cuando arrecian los malos tiempos para los anarquistas ilegalistas. Este es el relato de un muchacho que empieza en la fábrica y de allí pasa a revisar el estómago de los primeros automóviles; del veinteañero que cambia los motores de unos cuantos caballos por la conducción cuando se cruza la posibilidad de ser el chófer de Arthur Conan Doyle. Pero también es el relato del paria, del criminal y del enemigo público de Francia, del perseguido que sabe que cuando nace ya no puede esconderse y del hombre que sueña con huir en dirección a Argentina para volver a empezar.
Esta es una historia de perdedores, una de las pocas que escriben aquellos que han fracasado. La historia de dos amigos, Jules y Plátano, que hacen de su resentimiento un arma con la que sacudir los cimientos de la política francesa a base de atracos y soflamas anarquistas. Y la historia de otros dos amigos, Raymond y Víctor, que saben que piensan de la misma manera pero, por algún motivo, nunca son capaces de ponerse de acuerdo; que fundan un periódico mientras bregan con las ideas y la lucha armada; que tienen la sensación de que la vida se les resbala de las manos cuanto más intentan apresarla. Porque saben que van a fracasar, aunque Raymond elija la violencia y Víctor nunca abandone las ideas. Porque la historia la escriben los derrotados, que siempre nos dan lecciones sobre cómo abordar nuestro presente y de ti (y de mí) depende qué hacer con lo que tenemos entre manos. Porque la violencia de aquellos sindicatos se llevó a muchos buenos hombres y a muchos buenos delincuentes, pero no se dejó doblegar por el rodillo que aplastaba implacablemente cualquier revolución social.
Esta es una historia de tristeza, de jóvenes que mueren cosidos a balazos, con el cuerpo hundido en el barro de una acera sin asfaltar y la mirada fija en el cielo permanentemente encapotado. Un relato que muestra cómo el crepúsculo del Siglo XIX ya adelantaba el poco futuro que nos esperaba y el desproporcionado sacrificio que debían llevar a cabo para asegurarse una brizna de paz antes de dar con la cabeza en la guillotina y con los huesos en una celda. Un relato en el que hay más palabras de aliento que balas, aunque las biografías nos adviertan lo contrario; donde se brinda por los pequeños placeres de vivir que sus protagonistas nunca vivirán; donde el último suspiro es el último de verdad y cada hombre cuida de que en el momento oportuno le funcione el fusil o la pistola. Esta es, en fin, la historia de la corta vida de Jules Bonnot, pero podría ser también la de Quico Sabaté, Etta Place o Butch Cassidy; la historia de un muchacho al que le roban todo y le dicen que viva con la nada, la de un criminal que borra el remordimiento de su repertorio moral porque en verdad lo ha perdido todo y la sensibilidad ha dejado paso a la violencia. Porque le han hecho tragar tanta violencia que cualquier cosa que haga no dejará de ser una recompensa insuficiente. Esta es la historia de una obra maestra. La que ha escrito, entre el ensayo y la ficción, Pino Cacucci y ha publicado con gran acierto la recién nacida editorial Hoja de lata.
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