Flight, de Kuniko Tsurita (Gallo Nero) Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés | por Juan Jiménez García

Kuniko Tsurita | Exposición de primavera

Qué obra tan fascinantemente extraña la de Kuniko Tsurita. Ver reunidos sus trabajos para la revista Garo, ver esa sucesión de años, de estilos, ver cómo llega la enfermedad, la imposibilidad, pero la insistencia. La dificultad de ser aquello que se quiere, ese dibujante de manga (un tema habitual en Garo), para luego encontrar las dificultades físicas. Una vida difícil. Flight va desde ese dibujo deudor de Osamu Tezuka (otro caso de estudio) a la profundidad de lo negro y el trazo que se vuelve ligero, casi inexistente. Sí, están las razones ya comentadas, pero tal vez hay algo más, en un estilo que va evolucionando y se encuentra ahí, a medio camino del principio y del final, en una obra como Madame Haruko, en la que convergen no solo esas historias sobre dibujantes con aires de grandeza (irónica grandeza) que acaban encerrados en un manicomio, sino que es como la concreción de una manera de hacer y de contar. No gustó, causó incluso indignación, y esto empieza a ser ya la prueba de que algo está bien. La complacencia, las obras maestras absolutas olvidadas a los pocos meses, ni tan siquiera años. Vivimos como en una histeria colectiva que nos impide ver aquello que está ahí, tras el ruido, aquello que tiene algo de valor. 

De algún modo retrato esa juventud de los años sesenta y posteriores, imágenes rápidas, con esa línea clara, en páginas llenas de movimiento (de caída, porque la juventud en aquellos años siempre parecía estar cayendo), que también encuentran sus momentos de silencio, incluso largos momentos de silencio, incluso historias enteras que basculan sobre esa ausencia. A Kuniko Tsurita le interesaba no solo esa realidad que también era la suya, que incluso era la suya, sino también la poesía e incluso la ciencia ficción, como si todo fuera una cuestión de extremos, de balancearse. Humor y trascendentalidad. A esas historias bañadas en blanco, le suceden otras bañadas en un negro suntuoso, en el que los blancos se convierten en la substracción hacia el misterio.  

Frente a un trazo que no pocas veces nos puede resultar infantil (entendido este como inocente, juguetón), sus historias, conforme pasan sobre todo los años, van encontrando otra forma más esotérica, que se entrega a lo fantástico. Entonces, todo se aquieta, y lo que antes era vida (una vida en la que sus personajes se mueven entre las ilusiones, el egoísmo o una década cuanto menos confusa) ahora tiene algo de oscuro, de inquietante y de alucinado. Kuniko Tsurita tuvo que vivir con una cierta urgencia. Murió con treinta y siete años y esas etapas de su dibujo se suceden rápidamente. Shô Onoda, en su texto sobre la autora que acompaña al manga, habla de la imperfección de su obra, de lo inacabado. No deja de contener cierta melancolía esa afirmación, porque también podría referirse a la propia vida de ella. Podríamos pensar que se quedó en esa inmadurez, que su obra la constituyen una infinidad de búsquedas. Sí, sería bonito pensar en una obra constituida por una eterna necesidad de encontrar sin nunca acabar de llegar a ello. Esa lucha, de algún modo, se refleja y es la potencia de Flight, como reunión de sus trabajos. Paradójicamente, frente al pesimismo de otros autores compañeros de publicación, Kuniko Tsurita parecía luchar por un presente que no tenía nada de feliz y, más tarde, por un futuro inexistente. Y eso es tanto… 


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.