Hoy tengo algo que hacer, de Pablo Rosal (Teatre Rialto)  | por Juan Jiménez García

Voluptuosidad. Teatro de texto voluptuoso. Teatro político voluptuoso. Voluptuoso. Entramos y Luis Bermejo ya está ahí. Alguien que tiene el aspecto de Luis Bermejo. José Luis, se llama, pero no lo sabemos aún. Está ahí. Me dice: el primero. Sí, soy el primero en entrar. Luego llegara una segunda, un tercero. No los cuenta. Saluda, viene, va, pone a prueba la voz, las palabras. Aparece, desaparece. Esta es la historia de un actor que representa a un hombre, lazarillo, sí, pícaro, que un día, asaltado por las dudas, decide tener algo que hacer. Ese tener algo que hacer se convierte en un acto subversivo de la realidad, un poner a prueba lo absurdo de nuestro tiempo. Nuestro tiempo. Pero acaso tenemos un tiempo que podamos llamar nuestro… José Luis, Luis Bermejo (buscador, actor, los planos se superponen), se instalan en un banco. A su alrededor hay gente. Cuando hay gente alrededor de alguien se espera algo de ese alguien. Esa gente somos nosotros: El teatro puede tener lugar. Están las palabras, escalables, paladeables. Ahora que dábamos por muerto el teatro de texto, no dejan de aparecer obras en las que la palabra es la vanguardia, el sustento de lo más vivo. Tienen un volumen, una forma, un humor, resuenan, nos abrazan, las abrazamos. Cómo nos gusta dar por muertas cosas, buscando lo último. Eso último que nunca lo es. Penúltimo, antepenúltimo, ya lejano. Cómo nos gusta clasificar, sin ser Georges Perec, condenados entonces al fracaso por la más profunda de las incomprensiones. Después de todo, algo debe ser agitado. Nosotros. Ese nosotros es escalable. Luis Bermejo es un monstruo, un monstruo de la palabra y el gesto. De la mano de Pablo Rosal, mueren los lugares comunes desde esos mismos lugares comunes. El humor está en constatar la realidad. Varios cuadros. El encuentro con un entusiasta empleador… Ay, el trabajo. Ese algo que hacer definitivo. Nuestro abismo. Conejitos suicidas. Luego se encuentra con una maestra y esos endemoniados niños. Qué momentos… Ella hace tantas cosas, ellos son crueles. Ellos están más cerca de la vida que ella. Una vida salvaje, aún por amaestrar. Maestra, amaestrar. También se encuentra con un activista. Un tipo nervioso. Quiere hacer cosas, gritar cosas, escribir pintadas que rimen, provocar descalabros. Nada irremediable, nada irreparable. Conciencias, despertar conciencias. Lo que mejor rima con una frase es la misma frase. Pensadlo. Volvedlo a pensar. José Luis propone el silencio. El silencio es lo subversivo. Subversivo. Se bebe un buchito, se come un quesito. También es una cuestión de palabras comerse un quesito. También encontrar un perrito, César. Juegan, juegan otra vez, vuelven a jugar. Al mismo juego. La repetición. En la repetición se encuentra la diferencia. El teatro, entre tantas cosas, también es repetición. Siempre diferente, siempre otra cosa. Única. Única. Cogen un tren (de los de antes). Se van al pueblo. Allí encuentra a un hombre de pueblo. Habrá más, pero ellos están con uno. Se pasan un tiempo. No son encuentros fugaces, los suyos. Están días. Hay que probar las cosas bien. Sigue sin encontrar no ya algo que hacer sino un porqué para hacer algo. Aquí tampoco está la solución. Luego hay una escritora, que reúne palabras. Muchas, un montón. Cuando haces eso, surge la voluptuosidad. Es como un tarro de miel derramado. Un tarro de miel derramado sobre un cuerpo. Al final, encuentran una señora que tiene ya sus años e incluso una propiedad. Ella les revela el secreto de ese no hacer nada. Lo he olvidado. Tendrán que ver la obra. La conciencia. ¿Era la conciencia o la inconsciencia? No importa. Inconsciencia, qué palabra. ¿Entonces? Entonces nada. Hemos visto a un actor enorme con un texto mayúsculo. Actor enorme, como miel derramada sobre un cuerpo. Eso mismo. El texto, el espacio, la luz, la puesta en escena, flexibles, dúctiles, que Luis Bermejo acaricia como al perrito César. Eso es. El texto es a la palabra como jugar con el perrito César. Tal vez. Es como los niños del encuentro anterior. Salvaje. Qué bueno. Qué bueno.


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