Vanya, dirección de Sam Yates, basada en Tío Vania, de Antón Chéjov (National Theatre Live)  | por Juan Jiménez García

De nuevo, Vanya. Otra nueva manera de acercarse a la obra de Chéjov, que parece acercarse al infinito en sus posibilidades. La que propone el National Theatre, con dirección de Sam Yates (vista en su versión Live), es, sin duda, una de las más radicales. En su propuesta inicial y en su resolución: todos los papeles interpretados por un solo actor, Andrew Scott. Confundidos, podemos pensar que la han reescrito a modo de monólogo. No, no. Es eso literalmente: todos los papeles interpretados por él. Él asumiendo todas las líneas de diálogo, todas las relaciones, todos los encuentros y desencuentros. Ahí está el juego y el riesgo. En mi opinión una apuesta demasiado a menudo fallida, con algún momento memorable (cuando se acerca al monólogo o al silencio, lo cual tendría en sí mismo algo de fracaso). Porque claro, ¿cómo se resuelve? Varias líneas: cada personaje tiene su gesto (fumar, unas gafas de sol, tocarse un collar continuamente, tener un trapo en las manos, botar una pelota de tenis, sentarse en una sillita,…) e incluso una voz. Aquí hay que hacer una pausa. Este es su mayor reto y problema. Se huye de la exageración, de lo fácil, y se recurre al matiz. Scott, tanto en los personajes masculinos como en los femeninos, solo realiza ligeras variaciones de tono (el riesgo de la parodia estaba ahí, y lo que es su problema, esa casi uniformidad, es también su logro, evitar convertirse en una loca e involuntaria comedia de caracteres). El otro sistema usado es una puerta, por la que los personajes van entrando y saliendo y que se convierte en cambio e incluso en cuerpo (en los encuentros entre Helena y el doctor). No hay cambios de vestuario. El tiempo no lo permite (tampoco el efecto sería muy acertado). Entonces, tenemos a Andrew Scott completamente entregado a representar todos los papeles con continuos cambios de tono, apoyados en mínimos gestos, y con mucha voluntad. Pero la obra, inevitablemente se espesa. Cada minuto que pasa, atrapada por su propio mecanismo, por la propia idea que la sustenta, pesa más y más y más. Notamos como se vence por este peso, como cruje la estructura, tenemos la sensación de que algo se va a romper, sin remedio, y que acabaremos exhaustos, sin aire. En tiempo real, vamos viendo como han tenido que ir solucionando contradicciones, y eso, en vez de resultar algo orgánico resulta pensado. Se ve demasiado todo el trabajo que ha habido para montar las escenas, para resolver conflictos, y entonces las emociones encuentran poco acomodo. El esfuerzo interpretativo, que es superlativo, se ve atrapado por los innumerables mecanismos. Llega ese momento. Hasta Vania x Vania (la versión primera de Pablo Remón), creo que no entendí que el momento esencial de la obra de Chéjov es cuando Helena y Astrov están juntos y los encuentra Vania, que ha ido a traerle unas flores. Ahí, el futuro la alcanza a ella, el presente al doctor y el pasado, con su peso, a él. Se hace el silencio. El silencio como ausencia. Y Scott, en la semioscuridad, se pone a cantar una versión en inglés de Ne me quitte pas. La representación se parte en dos, se precipita, cae, encuentra la ligereza perdida y avanza hacia su final, hasta llegar a esas últimas palabras, que sea la versión que sea, nos cortan igualmente la respiración, enfrentados a todos nuestros fracasos. ¿Qué queda atrás? Una interpretación remarcable de Andrew Scott, una obra atrapada por su mecanismo, por ese revoltijo de personajes, Chéjov en todas partes, esos últimos instantes.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.