Resurrección, de Lev Tolstoi (Pre-Textos) Traducción de Víctor Andresco | por Juan Jiménez García

Lev Tolstoi | Resurrección

En una conversación con el dramaturgo Pablo Remón, a propósito de Antón Chéjov y de su teatro, decía que con el escritor ruso terminaba una manera de hacer y en él se encontraban las posibilidades de otras formas que vendrían. Yo soy chejoviano. Eso me da también otro sentido de la duración y de la narración que me hace muy complicadas mis aproximaciones a la literatura del siglo XIX. No es que no la disfrute, que sí, sino que me cuesta enormemente lanzarme a esas vastas extensiones. Recuerdo aquellas cien páginas en las que Victor Hugo, en El hombre que ríe, describía una tormenta y un naufragio con un lujo extraordinario de detalles, pero que no dejaba de ser innecesaria. Entonces, deberíamos entender esta literatura como lujo. Un lujo que viene, antes que nada, por el exceso, y después por el increíble dominio narrativo que se necesita para sostener novelas de cientos de páginas durante cientos de páginas sin que nada se venga abajo, arrastrarnos en la corriente. Porque, entendámonos, Chéjov podría haber escrito un relato de Resurrección, allá donde Tolstoi escribe una novela rio. Además, con este estilo que señalaba Joaquín Fernández-Valdés en Traducir a Tolstoi, por el que es capaz de en dos páginas incidir en que Katia Máslova es bizca… cosa que ya ha dicho como unas treinta veces y treinta veces más repetirá, sin que tenga mayor importancia que lo sea. Sin que tenga mayor importancia que se repita. Tolstoi es el exceso. Como el protagonista, el príncipe Nejliúdov, tiene fe. Como él, en su escritura, se avanza con una extrema convicción que no entiende de ornamentos. Otro pensamiento: Chéjov es la vida que pasa y escapa, Fiódor Dostoyevski es la novela psicológica, Tolstoi es la novela social, política. La distancia que lleva de Dostoyevski a Tolstoi es aquella que va del interior al exterior, del hombre a la humanidad. 

La historia, después de todo, es sencilla. Nejliúdov, en su juventud, conoce a Katia. Katia es una joven criada (algo más), y acaba mancillada por él y embarazada. Aquella vida, aquel amor, se acaba para ella, y empieza una vida desgraciada que la lleva hasta la prostitución. Años después se volverán a encontrar. Él como jurado, ella como juzgada. Se produce un error y ese error cambiará completamente la existencia indolente del príncipe, que a partir de ese momento se entregará a subsanar aquella falta de juventud, tomando las más drásticas decisiones. Pero, ¿es este el argumento de Resurrección? O mejor, ¿es este argumento el que sustenta la novela? No. La novela es un extraordinario relato del sistema carcelario zarista, así como un retrato de la sociedad de aquellos años. Por el desfilan nobles, oficiales, superiores, campesinos, presos, revolucionarios, ociosos y no ociosos, un mundo que se despide, incapaz de soportar ya el peso de tantas injusticias, y un mundo que está por llegar, producto de la implosión de esa Rusia, que como decía Juan Eduardo Zúñiga, era triste. 

El príncipe Nejliúdov no necesita descender a los infiernos. Solo necesita levantar la cabeza, mirar a su alrededor, andar algunas calles, para encontrar toda la podredumbre en la que sostienen los brillos de unos pocos. No conozco mucho a Tolstoi, por desgracia, pero no es difícil intuir como en estas páginas se encuentran muchas de sus convicciones personales, hasta el punto de convertirlas en una fuerza de arrastre, en un escrito sobre enfermedades y curas, sin que haya demasiadas certezas, permitiéndose hasta la duda, con ese príncipe tremendamente cansado de toda su vida. Nada diferencia aquellos que están presos de quienes no lo están. Los mismos actos que han llevado a uno a prisión permiten a los demás su riqueza. Los vicios son compartidos. Leía estos días a Serguéi Dovlátov, que fue guarda de prisión, y su teoría era la misma: no había ninguna diferencia entre guardianes y presos. Es una cuestión de circunstancias y de un régimen que sostiene todo esto, pero, ¿durante cuánto tiempo? Ahora sabemos que poco. Aquello sobre lo que escribía Tolstoi, aquello que termino de escribir unos días antes que llegara el fin de siglo, incluía el germen de la próxima revolución.  

Allá, al fondo, la relación imposible entre Nejliúdov y Máslova, la redención de uno y otra a través del otro. Volver del mundo de los muertos, resucitar, en definitiva, a costa de la renuncia. La renuncia a los bienes, a las maneras, encontrar ese lugar donde el hilo se rompió, la imposibilidad de anudarlo. Dejados atrás los años, construir trabajosamente un presente, entregar un futuro a lo posibilidad de que crezca alguna cosa en aquel terreno arrasado. En el retrato mayúsculo de una época y de aquellos que la habitaban, qué pueden representar ellos dos. Sin embargo, no dejan de serlo todo, vicios y virtudes. La pedantería (el término es del narrador) de Nejliúdov encuentra los últimos restos de aquella Katia. La vida, llena de sonrojos, pequeñas sonrisas y demasiada tristeza, vuelve a atravesar esos lugares devastados, ahora que van hacia el frío más profundo.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.