Pómulo y lejanía, de Stefania Caro (Consonni) | por Francisca Pageo
Pómulo y lejania no es un libro al uso, es un baile, una danza, un grito al cielo. En ella tenemos a la protagonista y su madre que, juntas, atravesarán los caminos hallados hasta llegar a Oriente con la ayuda de una coreografía. La protagonista escribe en un cuaderno todo lo que acontece a esta danza. Una danza críptica que con ayuda de otras coreógrafas da pasos y no en falso, sino pasos en ausencias, en trasiegos, en puntos que parecen ciegos pero que nos vislumbran un hallar del ser, de la corporeidad de la presencia innata en una danza.
Conforme va pasando la historia, nos detenemos en el café Victoria donde la protagonista hallará ciertos personajes que serán claves en el entender de este libro. Un perro ausente, una mujer que espera y lee, unas figuras masculinas que se ausentan. Todo parece indicar que la protagonista traza un espacio en el que dilucidar sobre su condición –ella era profesora de danza y toda la vida se dedicó a la danza–. Su madre siempre irá en busca de esa figura masculina perdida, buscando la llamada en el teléfono, preparando la nevera para tenerla llena ante la visita. Y ella, la chica, escarbará en su pasado y nos lo mostrará hecho ruido, hecho esbozos. Esbozos que irán destinados a una vida llena de sacrificio y esfuerzo, pero será un esfuerzo claro y llano.
En el trasunto de la coreografía dada, madre e hija irán de la mano para ir a Japón. Pero antes pasarán por Paris, Etiopía, Grecia. Siria, India. Pero esto serán solo los pasos a dar en esta coreografía que la protagonista se prepara. Es decir, no visitarán esos lugares tan lejanos sino en la misma ciudad en la que se hallan. Una ciudad del norte, donde la lluvia cae y cae y cae. Las mujeres de este libro no tendrán nombre al uso, tampoco, sino nombres de capitales del mundo, como Praga, Moscú, Amberes. Los novios de la protagonista asimismo aparecerán para darnos claves de su vida pasada, para poder conocerla mejor en el presente.
Le daremos un nombre, le pondremos K. a la protagonista. Su madre será T. Ambas se buscan intentando romper la ausencia, el escollo que las aleja. Y es que aunque se lleven bien, hay algo que las separa, que las ausenta de sus respectivos roles. No sabemos si en realidad es la hija quien cuida a la madre, o al revés. Pero en este viaje, pues el libro no es más que eso, ambas aprenderán a ir de la mano y a quitársela cuando la necesiten.
La coreografía será dada. El baile será hecho. Y la protagonista llegará sola a Japón. Llegará con muchas cosas aprendidas en las que a través de su cuaderno ha sabido relatar muy bien su desarrollo, este viaje tan anhelado en forma de proyecto artístico que se tercia en una poética del espacio. “El auténtico peligro lo llevamos quienes añoramos lo que nunca hemos tenido. Ahí reside nuestro verdadero absurdo, en ansiar lo inexistente.” Esta frase, esta frase en medio del libro da sentido a todo lo que Stefania Caro nos cuenta. Estamos ante un libro sobre la ausencia del propio cuerpo para hallarlo asimismo en el espacio. Un espacio que se nutre de otras personas, de hechos pasados, de personajes que encontraremos en nuestro viaje por la vida y por el movimiento de nuestro cuerpo en el espacio. Bailar no es fácil, pero nadie dijo que lo fuera. Y en ese viaje del Oeste al Este la protagonista y su madre lograrán encontrar la paz en este mapa que han trazado. La madre con la figura masculina. La protagonista con la danza.