Una noche espléndida. Antología de literatura erótica checa (Huso, Bagua) Traducción de Kepa Uharte | por Juan Jiménez García
Toda antología tiene algo de collage. Reunión de textos variados alrededor de un motivo, sí, pero también conviviendo en una cierta armonía. No se trata de que parezcan encontrados por azar o dejados caer sin mayor razón que esa comunidad de intenciones. Una antología lograda, claro está. Una noche espléndida, alrededor de la literatura erótica checa, lo es. Funciona como tema (y ya es sorprendente, en sí mismo y como observadores medianamente distantes, ese tema) y funciona como una ventana abierta a autores que comparten un tiempo (que no una edad), porque se quedan en este siglo. Toda antología es, del mismo modo, un disparadero de deseos. Nos arroja, mediante encuentros fugaces, en los brazos de escritores de los que nada sabíamos (o sí), y nos pone en su camino. Desgraciadamente, no pocas veces (y no dejará de ser el caso) nuestro camino acaba donde empezó, pero quién sabe. Hemos visto tantas cosas extrañas… Tras Una noche espléndida, uno piensa en volver sobre la escritura de Miloš Urban (él más conocido en nuestro país), y le gustaría leer más de Arnold Nowicki, de Pavel Rúček, de Hana Lundiaková,… Cartas al futuro.
Escribir sobre el deseo no es fácil. La tentación pornográfica acecha a la escritura erótica como una sobredosis que puede hacer morir al texto por agotamiento. No se trata de los detalles. Se puede ser todo lo explícito e incluso desmesurado que se quiera, e incluso cruzar, ya no caballos, sino centáurides con caballeros andantes (el relato de Viki Shock, otro al que echaremos de menos, brillante parodia). Se trata de encontrar el equilibrio en un punto indeterminado, que escape de la exhibición para encontrar ese deseo. Un lugar frágil, difícil de sostener, tambaleante a menudo. Encontrar el punto de ebullición sin que agua se desborde. Y así podría seguir poniendo comparaciones más o menos ridículas, cuando lo cierto es que la literatura erótica, la buena literatura erótica, debe ser sensorial, como las obras de Jan Švankmajer, que revindicaba el sentido olvidado por el arte: el tacto.
La antología, de fragmentos y relatos, abarca un buen número de intenciones y formas de enfrentarlas, incluida una pequeña obra (¿fragmento?) de teatro, La última cena, de Arnold Nowicki (un delicioso y delirante juego con el lenguaje, a través de un niño que encuentra una revista pornográfica y su madre). Está un nuevo clasicismo (entendido ese nuevo clasicismo como, pongamos, Milan Kundera) de Pavel Rúček o la inquietante sucesión de imágenes de La piel todavía está blanca, de Hana Lunkiadová (surrealista, nos dicen unas líneas sobre ella). Hay humor, deconstrucción de los mecanismos de la literatura erótica, ironía praguense, en relatos como El tronco, de Bohuslav Vaněk-Úvalský, sobre un pene primogénito de una pareja gai, o La muerte de la señora Jiřinka, de Vladímir Karoch, sobre los peligros de los personajes inventados. Otros relatos se toman la cosa en serio, incluso muy en serio, pero la literatura checa siempre estuvo atravesada por ese humor, y no parece que los años cambien esto (o es cuestión de los antólogos… uno de los peligros de las antologías es que nos hacen tomar la parte por el conjunto). En todo caso, y para no ir relato por relato, que sería el primer fracaso de una reunión que se quiere orgánica, la invitación es a la lectura y el descubrimiento (que debería ser, por otra parte, como una palabra emblemática de la literatura erótica). Y, como declaración de intenciones del conjunto, siempre tenemos La pequeña muerte (que es como llaman los franceses al orgasmo y que aquí se convierte en un título y un motivo), de Miloš Urban, en el que está todo a la vez, en buena manera, a través de esa pareja que sale a pasear y sufren un momento a arrebato (ella, que nunca supo, que era el orgasmo, y ya va por su treintena), convertido en una delirante escena campestre, a la orilla del río, porque… Puntos suspensivos.