It don’t worry me, de Bertrand Lesca, Nasi Voutsas y Atresbandes (La Mutant) | por Óscar Brox
Cada vez me resulta más intrigante el teatro llevado a su mínima expresión escénica. Durante los primeros compases de It don’t worry me solo escuchamos las voces desde fuera de la escena de sus dos intérpretes, Bertrand Lesca y Albert Pérez. Son voces que preparan y proponen un contexto, que dan unas vueltas pocas alrededor de la pieza que se va a representar -que, de hecho, ya está representándose; voces que, a medida que continúan alargando su speech, nos hacen pensar en cualquier cosa: que podría ser una grabación y abarcar toda la duración de la obra; que, como solo hay una pizarra en mitad del escenario, pues podría ser ese mismo un objeto parlante reflexionando sobre cuestiones artísticas; o que, en definitiva, ese silencio escénico no deja de intrigarnos porque no sabemos cuándo se acabará. Y lo cierto es que cuando los dos intérpretes, más performers que actores, entran en escena todo resulta, incluso, natural. Sin misterio. Apreciamos ese juego escénico mediante el cuál ponen sus cuerpos al servicio de una cuestión: ¿Qué es teatro?
En realidad, se trata de una pregunta que encierra otras tantas, todas ellas igualmente interesantes: cómo se crea el teatro, cómo hablar de arte, qué es lo que vemos cuando hablamos de arte… Tanto Lesca y Nasi Voutsas como el colectivo Atresbandes se valen del humor como una herramienta para llevar su discurso escénico hacia unas coordenadas que no les conduzcan inevitablemente a la gravedad o la aridez conceptual. Es un juego, mediante el cuál se desnudan usos, costumbres, visiones y fundamentos tradicionalmente asociados a la creación artística. Reírse con ellos no los vuelve más vulgares; si acaso, agudiza su sentido crítico. De ahí que It don’t worry me sea una obra que se construye sobre la idea de un prólogo, una parte central (la propia obra) y una discusión final pizarra mediante en la que se ponen en juego unas cuantas ideas sobre lo que hemos visto. Ideas locas, descacharrantes, que critican la facilidad con la que llevamos a determinadas obras hacia una lectura ideológica; pero que, asimismo, nos sirven para advertir que, efectivamente, siempre hay algo político que late hasta en el movimiento más libre, espontáneo o, aparentemente, inocente (y nada de todo ello, huelga decirlo, está presente en la propuesta escénica de la compañía). Que es difícil desligar la creación de sus supuestos morales o políticos. O que crear, de una u otra manera, nos conecta con una determinada forma de entender el mundo. De presentarlo y comprenderlo.
Atresbandes, Lesca y Voutsas entienden la creación escénica como un juego (casi un laboratorio), no exento de ironía, que sabe cómo dar en la diana de las cuestiones que afectan al arte. Pienso en la sobreinterpretación, en el abuso de imágenes (o cuando la propia creación apenas te da algo de margen para que imagines lo que ya de por sí te está imponiendo a base de trallazos visuales) o en ese rigor mortecino con el que se habla de todas las cosas. Aquí, por ejemplo, la pieza termina con ambos intérpretes luciendo glúteos al compás de una canción extraída de Nashville, de Robert Altman. Y durante todo el tiempo que dura, no dejan de proponer ideas, comentarios, situaciones que se verbalizan casi hasta la extenuación para mostrar no solo todo lo que se puede decir, sino lo fascinante que resulta intentar ponerlo en escena. Preguntarse, y preguntarnos, cómo crearlo. Convertirlo en una pieza.
En algunos aspectos, It don’t worry me me recuerda a las creaciones de Los torreznos, por esa facilidad que tienen unos y otros para dialogar con los tropos del arte (o de la discusión sobre el arte) y construir a partir de ellos una reflexión, pero asimismo por cómo reírse de todo ello sin perder un ápice de inteligencia. Trasladar dudas, compartir procesos, colocarnos, aprovechando la desnudez del espacio escénico, en ese laboratorio de ideas que no dejan de sucederse a un ritmo vertiginoso sin más objetivo que el de mostrarnos la riqueza y la complejidad cuando tratamos de atrapar ese momento de creación artística. Atresbandes, Lesca y Voutsas le proporcionan un uso irónico a la palabra, rompen a cada poco el ambiente con una intervención que descoloca -aquí Mònica Almirall, Miguel Segovia o el propio Voutsas cortocircuitando el propio diálogo artístico situándose en la incomodidad de esos puntos críticos ajenos a la corrección política- y montan y desmontan su pieza a placer cada vez que una idea que surge les invita a explorar una dirección diferente. Es por ello que, pese a toda la preparación que se nota en su trabajo, It don’t worry me resulta siempre inventiva, fresca, viva y con ese feliz desparpajo con el que se enfrentan a la cuestión de la creación artística para dejarse llevar por sus corrientes, zozobrar, marearnos y divertirnos. Es este un teatro que piensa, que pone en valor la palabra y que, en su uso irónico de la iluminación, nos propone reflexionar sobre lo que entendemos por espacio escénico. Un arte aparentemente sencillo que, por su aparente mínima expresión, nunca deja de fascinarnos.