Balcanismos. Manifiesto contra los estereotipos, de Miguel Roán (Báltica) | por Juan Jiménez García

Miguel Roán | Balcanismos. Manifiesto contra los estereotipos

Los Balcanes como zona geográfica indefinida, que, sin embargo, todos nos creemos capaces de ubicar en un mapa, a menudo mental. Un mapa que podríamos incluso considerar de guerra, dado que nuestra idea de los Balcanes está construida sobre las últimas guerras o aquellos acontecimientos que fueron marcando la zona, pero poco más. Generalidades, estereotipos. Sobre todo, estereotipos. Alrededor de estos, precisamente, de su señalamiento y confrontación, escribe su ensayo Miguel Roán. Y es que todo está mal o casi todo, y nuestras ideas y los lugares comunes apenas pueden afrontar el más mínimo enfrentamiento con la realidad, compleja pero cierta, de los países que conforman ese espacio físico que podría llegar hasta Turquía. Y es que la influencia del Imperio Otomano es larga, y así como en España parece que nunca tuvimos cientos de años de dominio árabe así también nos cuesta reconocer que este también llegó a las fronteras de Austria, siendo su influencia más que perdurable, hasta nuestros días. No es que la memoria sea corta, sino que es interesada.

Palabras como balcanización, entendida como un proceso de fragmentación, han entrado a formar parte del vocabulario común, como si los Balcanes fuesen el único lugar en el mundo fragmentado, y nos hemos quedado con una cómoda visión que identifica esos Balcanes con Yugoslavia y a ésta con sus guerras y crueldades, siendo incapaces de ir más allá de Serbia, Bosnia y Croacia, con la guinda kosovar. ¿Cómo pensar en Bulgaria, Albania, Rumanía, Grecia o, como decía, Turquía? Las guerras de los Balcanes nos dejaron esa geografía limitada y un vocabulario básico, muy básico, para manejarse. Hubiera sido interesante pensar que no estábamos entendiendo nada, pero, como suele ocurrir demasiado frecuentemente, al contrario, nos dio el convencimiento de que incluso podíamos dar lecciones a los demás. En nuestro etiquetado mundo, no tardamos en repartir los papeles de buenos y malos, que aún permanecen inalterables (si entonces la preocupación por acercarse a la realidad era mínima, qué pereza debe dar enfrentarse a los tópicos de entonces).

Pero precisamente esto es lo que hace con acierto Miguel Roán en su libro. Ir desmontando pieza a pieza los lugares comunes, y demostrar que esa especificidad balcánica no tiene nada de particular y que lo que atribuimos a ellos, incluida esa crueldad extrema de nacionalismos que ya no se entienden y son incapaces de convivir, ni es algo exclusivo ni es del todo cierto, y que hemos convertido las excepciones en reglas. Entonces sobrevuela el relato las dudas de Peter Handke (y también el cuestionamiento que se hacía sobre el seguimiento periodístico de aquellas guerras, batallas perdidas) y los odios recientes. Y por eso, precisamente, es tan interesante (a la vez que necesario) un libro como Balcanismos, No solo por la expansión física de nuestro limitado espacio balcánico sino también por ser más justos con ese espacio maltratado por la Historia.


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