Ahora somos nómadas, de Danielle de Picciotto (Cielo eléctrico) Traducción de Carolina Aikin Araluce | por Óscar Brox
Uno termina este diario gráfico de la artista norteamericana Danielle de Picciotto con la sensación de que hay una serie de conceptos, cambios y transformaciones con una larga historia a sus espaldas. La teórica Martha Rosler, por ejemplo, ya hablaba de la gentrificación urbana en sus ensayos de comienzos de los 80, pese a que no dejemos de pensar en la novedad del concepto en este tiempo de impasse tardocapitalista y explotación ciudadana. Algo parecido sucede con de Picciotto y su pareja, Alexander Hacke, en su travesía por diferentes países en busca de un, digámoslo así, sentido del hogar. O de la cultura. O de la creación. O, aún mejor, de la creación como posibilidad de habitar un hogar, y viceversa.
Todo empieza con el adiós a Berlín, a su casa y a las pocas pertenencias que venden para costearse una vida itinerante. También para cuestionar el sentido de hogar, o de echar raíces, fabricándolo en cualquier otro espacio si más no, directamente, identificándolo en uno mismo. Ya se sabe: a menudo, la patria son las personas. Tras esa decisión, también, cabe plantearse hasta qué punto las ciudades pierden su energía, sus rasgos propios, su potencial transgresor para convertirse en parques de atracciones turísticos o, peor aún, en lugares subversivos con marca registrada. En de Picciotto, por ejemplo, encontramos bastante marcado el recuerdo de aquel Berlín antes de la caída del muro y, si apuramos, de una Europa diferente. Y, quizá también, la necesidad de buscar esos otros lugares. De sobrevivir a través del arte. Y de encontrar a nuevas personas con las que construir nuevas memorias.
El trayecto internacional, que abarca más de un año, se desarrolla como si de una gira se tratase. País a país, la autora consigna sus esfuerzos por sacar adelante bolos, lecturas, trabajos y el sustento suficiente como para no pasar apuros. Un tour con Einstürzende Neubauten, un proyecto musical, citas y contactos con amigos y conocidos, las bandas sonoras que compone Hacke, las pertenencias que aumentan, se amontonan o redistribuyen según las peculiaridades de cada una de las casas que habitan… En cierto modo, de Picciotto tiene una forma de acercarse a su proyecto artístico como si fuera una contable. Hace inventario, consigna frustraciones, anota en todo momento las dificultades para sobrevivir en cada lugar. Y, al mismo tiempo, su escritura tiene un fuerte sentimiento etnográfico, como si en paralelo trazase un retrato de la gente a la que conoce por el camino, de las diferencias culturales y de las complejidades de establecerse en casi cualquier parte del mundo. Lo práctico mezclado con lo íntimo. Peleado, tal vez, para que sus textos (muy personales) no sean un mero diario de supervivencia ni tampoco un cuaderno de viajes. No en vano, apenas tardamos unas páginas en intuir que esa manera de vivir nómada es, en el fondo, el verdadero proyecto artístico. La búsqueda. El lugar en el que ambos artistas quieren reconocerse.
Lo interesante de los dibujos es que no se ajustan a un formato más o menos definido. A una narración, digamos, ortodoxa. Son páginas de un diario, dibujos que imitan fotografías o que reproducen un estado de ánimo, que garabatean rostros y lugares o que caminan en círculos alrededor de las preocupaciones de su autora. Son postales con texto al dorso e ilustraciones que uno podría imaginar dibujadas en un momento de tedio e impasse. A ratos son hermosos, casi para enmarcar, y también precipitados. Accidentados. Como surgidos de un arranque, de un subidón emocional provocado por alguna de las anécdotas de viaje. Pero siempre saben cómo ajustarse a las necesidades de la autora. Cómo reflejar, retratar o bosquejar un estado de cosas. Unas sensaciones. Lo luminoso y, también, lo sombrío. El éxtasis y, por qué no, lo vulgar de ese viaje de búsqueda y creación. La continuación transformación del sentido de un hogar.
No se puede eludir la comicidad de la autora en determinados pasajes, ya sea a propósito de las gentes de Viena o de la tasa de alcoholismo en Praga, de algunas de las casas que habitan o de la desconcertante generosidad de sus anfitriones. Motivos, tal vez, para pensar que, pese a todo, siguen existiendo otros mundos. El nomadismo de Hacke y de Picciotto busca hacer visible precisamente eso: la posibilidad de seguir creyendo en otra forma de hacer las cosas. De producir la cultura. De entender la ciudad. De generar nuevas relaciones. De, en definitiva, dar la vuelta al calcetín hipercapitalista y traer un poco del olvidado aire fresco a nuestra manera de entender la vida. Y con ella, su ciclo inacabable de transformaciones.