Ser hombre y ser poeta (Antología), de Franco Loi (Pre-Textos). Traducción de Esther Morillas | por Juan Jiménez García
Franco Loi tiene ya cerca de noventa años y no escribe. Apenas puede ver y se siente incapaz de escribir. No dicta a su mujer sus poesías porque ella ya tiene bastante. Por otro lado, la poesía no viene del cerebro sino del corazón. No es una cuestión de sentarse o no sentarse. A Franco Loi lo alcanzó el tiempo y, como dice en algún poema, sabe que algún día se detendrá y que Dios está a su espalda, siguiéndole. Las cosas son así. No lo dice con melancolía, ni rabia, ni tristeza. Él también se ha vuelto aire, ese aire que nunca dejó de rodearle y atravesarle, de ser una parte más de él y de su escritura. Ya lo decía María Luisa Walsh: viento sur, olor a transparencia. Mientras escribo en este calor insoportable, me llega el aire del mar, que no está tan lejano. Viento del este, un viento de lluvia sin lluvia, de tormenta sin tormenta, como una promesa incumplida. Sí, siempre el aire y el viento, como en Loi. Y como él, en uno de sus poemas más hermosos, pienso que todo está hecho de aire. Que lo que no está hecho de él no vale la pena. Soñar con la ligereza entre tanta cosa pesada, plomiza. El miedo a quedarse quieto y a que todo se marche.
En Franco Loi está la voluntad de atrapar esos instantes fugaces de eternidad. En su poesía todo se mueve y él va detrás. Andando, corriendo, mirando, dejándose llevar. Duda de si nos movemos o es el aire que nos arrastra y nos lleva donde quiere. Piensa que se escribe poesía para que el milagro venga, si no ha venido ya. Dice: se escribe porque sea verdadera la vida, algo que había, que hay, que quizá ya no esté. Y entonces tienes la certeza de no poder añadir nada más y que escribir sobre poesía es una derrota anunciada, cuando la poesía está escrita por un poeta y, como decía Moravia, poetas no hay tantos, solo dos o tres por siglo. Pero escribir sobre algo es intentar colocarse entre sus líneas, en los márgenes y los espacios en blanco. En Franco Loi, esos espacios existen. Son amplios y acogedores: de nuevo está esa sensación aérea. Podríamos decir que, escondidos, escuchamos cómo nos habla del mundo. Y no, ni tan siquiera me he equivocado al escribir escuchar. Y sí, he alterado unos versos suyos.
Lo que era está lejos. Ahora. Dice del tiempo parado, el nada. Como un relojero, sus palabras dan cuerda y lo vuelven a poner todo en marcha. Piensa que es difícil hablar con un pueblo de muertos y me recuerda a Jaroslav Seifert, con los poetas de su generación desaparecidos. Es capaz de cualquier resurrección, porque las palabras, algunas palabras, siguen poniendo en marcha el cuerpo inerte del Golem. Fría memoria, color de tiempo ido. Como en Vladimir Holan, sangra en él el corazón de la poesía. Loi se atreve a definirse: soy las cosas del mundo, aire que pasa, la palabra que está detrás del aire. Ser hombre y ser poeta. Como el título de la antología.
La promesa incumplida se ha cumplido. Y el viento del este ha traído truenos y tormenta. Y lluvia. Una lluvia de verano, llena de barro, de tierra. Cae tierra sobre la tierra. Y ahora piedras. Granizo. Lluvia torrencial. Un instante de fin del mundo. Accidente. Pero nada acaba. Ni tan siquiera la poesía de Franco Loi, que sigue ahí, igual de persistente. Porque tras el diluvio, quedará el olor a lluvia. Y ese viento suave, que nos atraviesa.