El clamor de los bosques, de Richard Powers (AdN) Traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara | por Almudena Muñoz
A la edad de 54 años, Walt Whitman sufrió una apoplejía que a punto estuvo de dejarlo paralítico. Mientras se recuperaba, el poeta solía dar largos paseos por el bosque y quedarse perplejo ante sus únicos compañeros, los árboles, en especial un álamo de casi 30 metros de altura.
De forma similar al episodio de Whitman, Olivia Vandergriff recibe una descarga eléctrica con viaje de ida y vuelta a la muerte. Como souvenir, algo le revela que hay seres mucho más interesantes y resistentes que los humanos en la Tierra. Aunque seguimos a otros diez personajes principales en El clamor de los bosques de Richard Powers, el centro de la epopeya parece dibujado en esa joven trastornada o visionaria, capaz de comprender que el interés de la especie humana está en anteponer las necesidades de las especies arbóreas. Unir ciencia y poesía cuando el cuerpo de un individuo, o del planeta, empieza a mostrar signos de deterioro.
Otra de las voces de Powers, el programador y creador de videojuegos Neelay Mehta, confunde a unas cuantas plantas exóticas con unos seres extraterrestres. La ciencia ficción ha recurrido a menudo a las plantas para inspirar amenazas realistas, como los trífidos, o el diseño de visitantes insospechados. Cuántas veces observamos la carnosidad interna de una orquídea y decimos con fascinación que ese organismo no parece de nuestro mundo. En Arrival (Denis Villeneuve, 2016), los alienígenas mostraban extremidades leñosas, pero lo más importante es que una lingüista, ante la simple visión de unos seres altos como álamos de Nueva Jersey, era capaz de confiar en una esperanza ingenua. Que los humanos tienen la asombrosa capacidad de interpretar cualquier lenguaje.
Algo muy distinto es la voluntad, que se escurre en cuanto los personajes de El clamor de los bosques ven cuánto hay que sacrificar por comprender a los árboles. El abanico es típico: amor, familia, reputación, carreras profesionales, libertad e integridad física. Lo inaudito es su objetivo: ¿realmente debemos y estamos preparados para reconocer los derechos de los árboles?
El árbol es víctima de expolios incluso a manos del poeta. Del lector, que acaricia páginas de pulpa prensada. Objeto de odas a la belleza, la inspiración y la calma, de Oriente a Occidente, del mito de Ovidio a los cientos de ensayos populares en Waterstones sobre cómo los bosques son comunidades de seres que se envían mensajes de WhatsApp. Objetos, rara vez sujetos; Powers también hace las veces de leñador y poda al árbol para componer una metaestructura novelística, como El atlas de las nubes de David Mitchell o Las luminarias de Eleanor Catton.
Cuatro partes: las raíces (que podría leerse como un perfecto volumen de historias cortas), el tronco, la copa y las semillas. Pero el ejercicio de Powers no es un simple gimmick narrativo, y comprende que el ciclo del árbol es tan eterno como la conexión lógica entre las raíces y las semillas que caerán años más tarde. Los círculos concéntricos que acumula un tronco son las once vidas paralelas que sostienen este libro, o las que podrían engendrar cualquier otro parecido. Algunas de ellas se cruzan, otras no abandonan su diminuto jardín. Los círculos son amplios o cerrados, y el efecto de todos ellos es más permanente que ondas en el agua.
Los daños medioambientales que nos rodean son indiscutibles y Powers no elude la responsabilidad de escribir desde su conciencia. El lector escéptico puede sentir el repelús de encontrarse con una activista arrebatada como Olivia Vandergriff, quien más tarde se rebautizará Cabello de Venus, título de dríade o santa. Sin embargo, El clamor de los árboles se debate contra la espiritualidad y el cinismo, aunque muestre mayor cariño hacia lo primero, como invocando a William Blake: «El árbol que conmueve a algunos hasta las lágrimas, es para otros una cosa verde que se interpone en su camino».
Cuando Powers habla de su libro, a medias entre la humildad y el entusiasmo de un ermitaño, su mayor ilusión es que el lector eleve la vista de las páginas para ver las cosas de otra manera. Un deseo común a cualquier escritor, pero tal vez los árboles son las antorchas que iluminan todos nuestros males y soluciones: los bosques son más ricos con diversidad de especies que con plantaciones de un mismo pino o castaño, y las pocas hectáreas salvajes que resisten están a punto de uniformizarse como haría el catálogo de IKEA 2019 y las parrillas de interiorismo de Instagram. Queda emprender pronto alguna acción, aunque sea leyendo y pensando a Richard Powers.
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