El amor de Mitia y otros relatos, de Iván Bunin (Pre-Textos) Traducción de Victor Gallego | por Juan Jiménez García
Extraño escritor, Iván Bunin. Podríamos decir que estuvo siempre en el lugar equivocado. Ruso blanco, acabó en París y en Suiza, y se llevó un Premio Nobel que seguramente nadie celebró (o atacó) por lo que debía ser celebrado: su calidad literaria. Ahí, en tierra de nadie, se ha convertido en un completo desconocido al que nada ha salvado. Nació demasiado tarde, sus convicciones son demasiado fuera de tiempo para los nuevos años soviéticos y tampoco estuvo en contra de nadie, lo cual le llevó hasta a ser recuperado por el régimen comunista. Maneras de ser invisible. Pero ¿dónde quedaron sus libros? Quién sabe. Una de esas pérdidas que no echamos de menos hasta que nos encontramos con un libro como El amor de Mita y otros relatos. Entonces, se produce una extraña alineación con lo conocido. Movemos un poco los dioses en el altar para hacerle un hueco. Lo ponemos a la sombra de Antón Chéjov, al que debió de leer mucho y bien. Rodeado de cielos grises y días amenazando lluvia. Persiguiendo una dama con un perrito. Sí, ahí está bien.
Chéjov. Amo tanto a Chéjov, desde hace tantos años (tal vez siempre), que me resulta inevitable verlo un poco en todas partes. Yendo hacia él, viniendo de él. Contra él. Al empezar a leer los relatos de Iván Bunin, en especial hasta Natalie (de 1941), el referente es casi inevitable. No porque quiera escribir como él y sus relatos sean una continuación de los relatos del otro, sino porque Bunin (que creo entender tenía sentimientos encontrados hacia el otro) se instala en un lugar preciso con respecto a la narrativa del otro: los espacios vacíos, los tiempos muertos. En Chéjov, los relatos se construyen a través de la acción, del diálogo, fundamentalmente. Sus personajes rara vez se definen por algo que no sean sus palabras y sus actos. En Bunin, el argumento es de una levedad casi conmovedora, y los estados de ánimo, sus relaciones, están más definidas por los lugares y el clima que por ellos mismos, a menudo presas de sus silencios y convenciones, disfrutando de la posibilidad de encontrar y la certeza de perder. En Bunin, la acción está en los tiempos muertos, en ese instante en el que sus protagonistas no hacen nada, más que esperar y desesperarse, y la vida pasa a través de ellos y se queda a su alrededor. Todo respira y les hace respirar o ahogarse. En esos espacios vacios, en esos anuncios de tormenta, en esas estancias, en esos gestos, tantas veces mínimos, tantas otras lo suficientemente imprecisos para abrirse a cualquier anhelo.
Iván Bunin persigue a esa dama del perrito de Chéjov. Muchos de sus argumentos (al menos en este El amor de Mitia y otros relatos) nos remiten a aquel otro: el encuentro casual, la belleza deslumbrante, la inocencia, el amor eterno, la promesa de un nuevo encuentro, de una nueva vida, el olvido, la derrota. La derrota por esa incapacidad de perderlo todo para encontrar mucho más. El vértigo. El estudiante que se marcha con la certeza de que perderá el amor de aquella muchacha, nueva actriz del Teatro del Arte (ay, Chéjov), infidelidades y víctimas, algunas mortales. En Avenidas sombrías encontramos la prueba definitiva de nuestras sospechas: todo pasa, todo lo bueno, todo lo malo y ya no nos acordaremos de nada. Pero no es así. Nada se olvida, nada se pierde.
Bunin, que odiaba el simbolismo y sus trabas, deja fluir su escritura en busca de una belleza aterradora, siempre melancólica, siempre fugaz. La búsqueda del instante adecuado, del color preciso, de esa atmósfera que se pegará a sus personajes como una piel más, hasta elevarlos, con la mayor de las ligerezas. Qué apuesta tan arriesgada la escritura de Bunin. Qué complicado llegar hasta ahí, sostenerla, libre de asperezas. Es hermoso pensar que todo lo que nos rodea puede alcanzar tal nivel de intimidad con aquello que sentimos interiormente. En una escritura del recuerdo, Bunin se iba disolviendo poco a poco. En fin, pienso. Los últimos relatos del libro carecen de las inspiración arrolladora de los anteriores, y el último, una historia de rusos en París, es la triste reunión de todas sus derrotas. Atrás quedaba la cumbre, Natalie, tras un estremecedor viaje de relato en relato, entre el amor y la muerte.