Reacciones psicóticas y mierda de carburador, de Lester Bangs (Libros del Kultrum) Traducción de Ignacio Julià | por Óscar Brox
Para muchos, el primer encuentro con Lester Bangs se produjo a través de ese pedacito de las memorias de Cameron Crowe que fue Casi famosos. En él, Patrick Fugit interpretaba a una versión adolescente de Crowe y Philip Seymour Hoffman a lo que más se acercaba a la figura de un mentor musical: Bangs. Mentor o ídolo, tampoco lo tengo claro, por mucho que la mirada del cineasta enseñase la parte menos dispersa de un escritor hiperactivo. La más permeable al arrebato necesario de nostalgia que permitía a Crowe enseñarnos sus primeros pasos en el mundo de la creación cultural. Después de leer, de picotear o devorar, según el día y el estado de ánimo, esta selección de textos compilada por Greil Marcus, uno cree que la mejor versión de Bangs se halla destilada en una escena del filme de Crowe: cuando, invitado en una modesta emisora de radio, le da por avasallar los oídos de sus oyentes con un poco de The Stooges. ¿Iggy Pop a las 12 AM? No puede haber declaración de principios más transparente.
A buen seguro, la crítica musical sea el género más denostado por la elevada capacidad de sus miembros a la hora de levantar castillos en el aire a partir de un puñado de sonidos, voces y letras. Y, sin embargo, uno lee los textos de Lester Bangs con la sensación de que a) cualquier pretensión académica se la traía al pairo; b) conocía esa extraña alquimia capaz de trocar las emociones más primarias en una genuina pieza literaria; y c) no rehuía el conflicto o la pelea si con ello podía llegar al tuétano de la cosa musical. A ilustrar esa imagen de la escena musical contemporánea. De ahí que uno se deje llevar por los textos de Bangs pese a sus salidas de tiesto, las peleas internas con las transformaciones musicales de antiguos ídolos o las reivindicaciones a contracorriente de la actualidad (¿es Bowie un músico de verdad porque ha sabido prescindir de los oropeles de su Ziggy Stardust?).
Reacciones psicóticas y mierda de carburador podría (debería, más bien) ser un informe desde el epicentro de la cultura musical que abarcó los 70 y los primeros 80, esto es, cuando el sueño americano de verdad se encontró con su fecha de caducidad y tantos y tantos ídolos estiraron la pata entre revoluciones musicales más o menos afortunadas. Qué enorme el placer de leer a Bangs escribiendo sobre Van Morrison y Astral Weeks, pugnando con un disco cuya enormidad le sugiere la imagen de un alquimista capaz de dar con el secreto de un lenguaje y un sonido desconocido. O a ese otro Bangs que se va de paseo por Inglaterra para conocer de primera mano lo que se cuece bajo la etiqueta del punk rock. O por qué Joe Strummer y The Clash saben manejar, con más inteligencia que otras formaciones surgidas al calor del odio a la autoridad, un discurso de clase.
Probablemente Bangs sabía moverse con soltura, penetrar con agudeza, en cualquier registro musical. Daba igual Coltrane que Barry White, o hasta aquellos Tangerine Dream a los que escuchó después de bajarse un par de frascos de jarabe para la tos. Lo bonito de su escritura es que no necesitaba ocultar los tachones, las ideas geniales y las frases de mierda, la cantidad de párrafos y experiencias locas con los que el autor apuntalaba unas impresiones, tan musicales como culturales, verdaderamente únicas. Vibrantes. Siempre vivas. Es posible que nadie haya expresado, en toda su radical fisicidad (y, además, literalmente), la transformación de Iggy Pop, así como que nadie haya armado tanto jaleo como cronista de las mutaciones musicales de Lou Reed. Un adelantado a su tiempo, como Coltrane.
Revisitar los textos de Reacciones psicóticas y mierda de carburador no solo supone recuperar una porción de un tiempo casi olvidado, casi perdido. O de una manera de escribir, con libertad e ideas, en la que forma y fondo eran la misma cosa. O de una escritura musical que aquí, en fin, nunca se ha estilado lo suficiente. Creo que lo justo es decir que esta colección de textos de Lester Bangs es como un disco de la Velvet, el aullido salvajemente humano de un Van Morrison recién llegado de Belfast o las letras que Bob Dylan, como quien no quiere la cosa, deja caer al público en pleno recitado. Un shock, un impacto estético, una escritura que te zarandea hablándote sin tapujos de todas esas cosas de la vida que sería de idiotas negar que te conmueven en lo más profundo. Que son como pinchar a Iggy Pop al mediodía: la declaración de principios más transparente.