Mary, que escribió Frankenstein, de Linda Bailey y Júlia Sardà (Impedimenta) Traducción de Raquel Moraleja | por Almudena Muñoz
No hay anécdota más amada por lectores de literatura gótica y escritores que la velada en Villa Diodati. Su popularidad y repetición como epicentro de la vida (corriente y creativa) de Lord Byron, Percy Bysshe Shelley y Mary Wollstonecraft Shelley (en menor medida, el pobre Polidori) la ha convertido en una historia en sí misma más que en un evento que realmente sucediera, como tampoco hay pruebas que confirmen todos los románticos detalles.
¿Llegó el grupo de poetas a proponer un concurso de relatos de terror durante una noche de tormenta? ¿Fue el aburrimiento, la competitividad o el desdén hacia los cuentos de fantasmas que leían? ¿Completaron sus piezas en ese rato, o se prolongaron durante varias jornadas? ¿Nació la criatura de Frankenstein, literalmente, entre truenos y rayos?
Tal vez no nos guste creer en la noche de Villa Diodati más que como una escena perfeccionada a lo largo del tiempo porque nosotros no sabemos sacar tanto provecho a un apagón eléctrico, ni seguimos creyendo que alguien de dieciocho años pueda sembrar una narración para la posteridad. Quizá, como Byron y Shelley, reaccionamos entre el desdén y la envidia, con los mismos sentimientos encontrados que siente el doctor tras revivir un cadáver. En ese sentido, ¿estamos visitando tanto Villa Diodati que ya no nos transmite admiración ni escalofríos? ¿Resucitamos demasiadas veces al monstruo en su mesa galvanizada?
Es posible, pero lo común es que esas descargas se realicen sobre una invención creada a partir del monstruo real. Las historias sobre Frankenstein, como adaptaciones del libro o como recreaciones de la vida de Mary Shelley, insisten en una versión muy diferente a la historia original, o en una atmósfera gótica que empaña lo que pretendía ser más elucubración científica o mito trágico reescrito.
Lo infrecuente es que el material de Frankenstein viaje hacia formatos más infantiles, como esta biografía ilustrada que, también, se centra en el paréntesis de Villa Diodati. No hay duda de que el trabajo visual es la estrella del libro, que trasluce la documentación en los detalles, la ruptura de la idealización de los personajes y una riqueza exquisita en composiciones y paletas. Un álbum que, como se define a sí mismo, insiste en soñar y en imaginar de forma desbocada. Puede que esa sea la única forma de crear monstruos como el de Frankenstein y de seguir recordando una noche de cuentos de fantasmas. Aplicando a la realidad todas las capas que queramos, una y otra vez, hasta obtener el lienzo sobre el que nos gustaría vivir y ser resucitados.