No han sido pocas las ocasiones en las que la literatura se ha acercado al mundo del fútbol para exponer sus entresijos. De Nick Hornby a Eduardo Galeano, de Peter Handke a David Peace, han sido múltiples los enfoques sobre la historia, la pasión y los pequeños mitos del fútbol. A veces, todo hay que decirlo, el deporte es también la excusa para desatar una tormenta de adjetivos, argumentos superlativos y literatura empeñada en fabricar una reflexión de enjundia. Y en ese terreno, el de la aparente sensación de profundidad intelectual, fluyen no pocos textos de periodismo filosófico que, ay, pocas veces aciertan en la diana. Que, en definitiva, se venden al lirismo fácil de las grandes gestas y los viejos héroes sin siquiera rascar un poco el meollo filosófico que convive con el balón, el césped con sus rayas blancas y las gradas del estadio.
Simon Critchley es la clase de filósofo que trabaja sin complejos intelectuales cualquier producto cultural de nuestro tiempo. Sin abandonar sus presupuestos filosóficos, Critchley aborda las canciones de David Bowie con la tenacidad de quien lee en sus estrofas un discurso sobre las modulaciones de la cultura pop en la sociedad británica. Y lo hace, en fin, mezclando lo culto con lo popular, haciendo de su investigación filosófica lo más parecido a un juego de patio de recreo. La clase de juego que, sin embargo, tiene por objetivo preguntarse (y preguntarnos) por qué y cómo ha influido tan determinantemente en nuestra forma de entender las cosas ese pedacito de la cultura popular. De ahí que, ante un ensayo como En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, lo principal sea reconocer ese amor de juventud, más bien fervor, que Critchley mantiene hacia el Liverpool. Un amor tan visceral, probablemente tan difícil de entender -o tan fácil para los que amamos a otro equipo en similares condiciones-, que hace falta poner en juego las herramientas del pensamiento para tratar de encontrar algunas buenas razones.
Huelga decir que el fútbol ha cambiado, no necesariamente a mejor, en las últimas décadas, y que en esa transición también lo ha hecho nuestra percepción del deporte del balón. A Critchley le interesa observar el asunto desde un punto de vista fenomenológico, con Gadamer, Heidegger o Sartre como munición intelectual de la que servirse. Por mucho que, en la práctica, el esquema de juego del autor británico sea más cercano y menos árido: una exploración del papel del jugador, del espectador y el balón; de la experiencia del juego, la intuición y la realidad fenoménica que se configura en el fragor de un partido. O lo que es lo mismo, una investigación dirigida a poner un poco de cerebro entre tanto corazón, músculo intelectual para entender por qué nos fascinan los automatismos geniales del fútbol (y juro que para un profesor la capacidad de Laudrup de pasar la bola sin mirar suponía un problema filosófico de primer orden). Por qué, en definitiva, hay algo en el fútbol, como en la tragedia en la antigua Grecia, que pone en escena con abrumadora claridad algunos de los asuntos humanos más relevantes.
Por las páginas de Critchley se pasean Bill Shankly o George Best, Maradona con media selección de Bélgica como espectadora de sus habilidades, Kenny Dalglish, Zidane -quizá el mejor entrenador en la era de los gestores de emociones- o un Jürgen Klopp que, como las historias en torno al Liverpool, acaba siendo protagonista del ensayo. De un ensayo que, tal vez, tenga entre sus propósitos desmontar ese tópico de que el fútbol es así. O explicar qué caray es ese así. Explicar la experiencia social de un partido, el éxtasis y la gloria, la identidad y la complicidad de un juego de repeticiones y automatismos, su progresiva sofisticación y la metamorfosis del entrenador de fútbol. Todo ello, además, englobado en la reflexión de corte histórico de un deporte azotado por los tejemanejes de organismos como la FIFA, el negocio al alza de las apuestas y el dopaje, señalado en su impureza frente a la imagen nostálgica de un juego hecho a medida de los campos pequeños, el espíritu colectivo del barrio y las pequeñas virtudes de aquellos jugadores que no necesitaban ascender al olimpo de lo mediático.
En esta colección de momentos, Critchley ofrece no solo el retrato de una pasión temprana, sino también los argumentos para entender cómo, después de tantos años, permanece en su vida como uno de esos raros amores a prueba de rupturas. Forjado en el griterío de Anfield, en uno de aquellos últimos partidos de Best antes de caer en su eclipse definitivo, en la gestión del talento colectivo a cargo de Klopp, los infinitos recursos de Messi o la grandiosidad de Cristiano. Momentos, cada uno tiene los suyos (gol de Claudio López en el Philips Stadium de Eindhoven, cañonazo de Mendieta en el Camp Nou, por citar un par sin querer aburrir a nadie), que trascienden la entidad de un recuerdo. De la mera nostalgia. Para, de alguna manera, revelarnos la trama de una realidad, la del deporte y el fútbol, que forma parte de nuestra cultura contemporánea.
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