Sobre lo azul, de William H. Gass (La navaja suiza) Traducción de Ce Santiago | por Óscar Brox
Hace poco más de un mes que fallecía William Gass, el antepenúltimo de una generación de autores de la que solo restan John Barth y Robert Coover. Renovadores en su manera de acercarse al acervo cultural americano; eruditos desenfadados que hacían de la escritura juegos de lenguaje como los del OuLiPo en Francia, por citar un ejemplo entre tantos. De Gass sobreviven prólogos -aquella magnífica introducción a Los reconocimientos de William Gaddis-, libros de relatos y ensayos. Y en estos dos apartados destaca la labor editorial de La Navaja Suiza a la hora de arrojar un poco de luz sobre un autor traducido con cuentagotas. Si hace unos meses hablábamos de En el corazón del corazón del país, ahora es momento de abordar el pequeño ensayo Sobre lo azul, de publicación reciente. Ensayo que bien podría haberse titulado el poder de la metáfora, pues es esta figura la principal protagonista del trabajo de Gass.
A propósito de Carlo Emilio Gadda, Alessandro Baricco afirmaba que una de las tareas del escritor radica en dar nombre a las cosas. Para conocerlas, para hacerles frente; incluso, para domesticarlas. En Sobre lo azul, Gass camina por una senda parecida, en tanto que su preocupación parece ser cómo se empasta, cómo se estructura, la consciencia del lector con el asunto del texto. Cómo esas palabras, o esos enunciados, “son contenedores de consciencia cuyo propósito es crear percepciones conceptuales”, como dirá el propio autor. O dicho de otra forma, una reflexión sobre el poder que tiene el lenguaje para entrar en nosotros, y que Gass ilustra con textos de otros autores o con la más variada panoplia de metáforas. Es decir, mediante relaciones que pongan de relieve la viveza del lenguaje.
No importa si se trata de un chascarrillo soez o de un pasaje de Virginia Woolf, las palabras de Joyce sobre Leopold Bloom o la descripción de Stanley Elkin -otro titán olvidado- de la entrada de su personaje en unos grandes almacenes, Gass tira de prácticamente cualquier recurso literario para proclamar su amor por el lenguaje, haciendo de su reflexión sobre lo azul un ejercicio de filosofía práctica. Una cuestión relacional o un problema de estructuras -la del lenguaje y la cognitiva. De lo que se piensa y lo que se dice con otras palabras. Del, como señala Belén Piqueras en el prólogo, artista como fundamento verbal del texto. De la manera en la que estos y otros escritores logran fintar lo manido del lenguaje, la chabacanería y las ideas más ramplonas -sobre la sexualidad o sobre el tema que traten-, desplazando el erotismo o el brillo hacia el lenguaje. De ahí el fuerte componente metaficcional de su obra -como, por otro lado, sucede en colegas de generación como Coover- y la impronta que deja la metáfora como expresión de esa pugna que vive el lenguaje en sus textos.
La aparente ligereza con la que Gass se maneja en Sobre lo azul, acumulando expresiones, metáforas cromáticas y dichos propios del acervo cultural, no esconde su profundo amor por una escritura, y un lenguaje, cuya pregnancia, cuyo poder de penetración, conoce perfectamente. Que le lleva a asociar ideas opuestas para desmontar la aleatoriedad con la que otorgamos significados a una palabra. Que le sirve para juguetear con las ideas de Platón, Descartes, Wittgenstein y, si apuramos, Peter F. Strawson, para urdir esa dinámica relacional mediante la cual empastar al lector y al texto. Y que, en definitiva, nos conduce por una montaña rusa de asociaciones, variaciones de un azul que todo lo tiñe, autores y obras para reflejar su amor total hacia un lenguaje capaz de construir mundos.
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