El señor Lambert, de Sempé (Blackie Books) Traducción de Miguel Azaola | por Juan Jiménez García
Ay, Sempé. Cuántos días pasados con él. Y con Goscinny y el pequeño Nicolás. Creo aún recordar sus nombres. Tal vez porque se los puse a aquellas tortugas de agua que tomaban el sol sobre la lavadora, en aquella isla desierta artificial de plástico y palmera de plástico. Era feliz. Sempé siempre me ha transmitido esa especie de felicidad de trazo mínimo, como lanzado al azar de unas existencias tremendamente francesas. Y yo entonces quería ser irlandés, pero me valía igual. Hay ciudades que solo existen en nuestra imaginación. París es una. El París de Sempé. Tan tremendamente cierta que no podía existir. Tan tremendamente necesaria que no podía existir. Luego pasaron los años. Entonces encontramos aquel restaurante francés, una bistró. Y a François, que tenía una casa a medio hacer y un conejo correteando por ella, y que luego fue señor de una castillo, o algo así. Y en la bistró, libros y cosas de vete a saber qué año. Y de algún modo, ahí estaba Sempé otra vez. Ahora, cuando ya ha pasado tiempo de eso, mucho, El señor Lambert lo reúne todo: inocencia y bistró. Lo edita Blackie books y es una maravilla.
El señor Lambert es un hombre de costumbres. También todos frecuentadores de Chez Picard, un modesto bistró siempre lleno. De gente, de palabras, de conversaciones repetidas una y otra vez. La política, el fútbol, el fútbol, la política, la comida que viene y que va, Lucienne que viene y que va con la comida. Y el vino. Rituales que se han perdido, que han dejado paso a otros rituales, más tristes. En aquel rincón de París, el señor Lambert come su menú del día y habla de fútbol. De política se habla en otra mesa y entre ambas, el siempre ocupado señor Cazenave, que vive a mil por hora y no entiende como los demás pueden vivir tan tranquilos. Un día, el señor Lambert se retrasa. Y otro día. Y un día no aparece. Y entre todas esas conversaciones surge la duda de qué es del señor Lambert. Pero uno no pregunta esas cosas por educación (oh, otra cosa inconcebible hoy en día) y porque si uno quiere compartir algo lo comparte y ya está. Y sí. Otro día aparece y que es el señor Lambert anda detrás de una señorita, entre autobuses. ¡El amor! De pronto todo cambia. Sí, siguen siendo ellos mismos, pero las mujeres atraviesan sus pensamientos y ya no hay fútbol, ni política. Sí, la comida sí. Y el vino. Y el señor Cazenave sigue teniendo prisa y no entiende muy bien cómo se puede tener tiempo para las mujeres. Le dará algo, algún día.
No, Sempé no nos ha dejado nunca porque su mundo es nuestro mundo. No el real, sino el soñado. Con ese humor frágil, lleno de matices, de palabras que sobrevuelan unos personajes familiares a los que nunca hemos llegado a encontrar y sin embargo son tan cercanos. Un humor no para la carcajadas sino para la sonrisa, que es como esa forma matizada del humor. Momentos de vida, de las nuestras. Sí, los días pasan, como esos ratones roedores de tiempo de Guillaume Apollinaire. Y sí, nos gustaría que fueran tan ligeros como el dibujo de Sempé. Y sí, tal vez no será siempre así, pero todo esto se olvida con Marcelin o el señor Lambert. Otros mundos son posibles. Otros tiempos. Otros encuentros.
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