La nueva mujer (Dos bigotes) Traducción de Gloria Fortún | por Almudena Muñoz
Hay quien ve en el auge de las modas el oportunismo de la arqueología, y quien reconoce que gracias al ojo comercial de las tendencias es posible rescatar voces olvidadas. No todas son excelentes, ni siquiera son necesarias para la literatura -como tampoco lo es la obra más vendida o reputada. Pero sí son imprescindibles para el movimiento que representan: el de mujeres escritoras que desarrollaron estilos, géneros y enfoques impensables para el lector promedio, educado con el libro de texto y el suplemento semanal que sólo destacan la virtud de la autora excéntrica, atada al visillo de su ventana, tan rara para casarse cuando estaba viva que una vez muerta merece, por lo menos, la palmadita de los doctores honoris causa.
La nueva mujer, que es a la que nunca permitieron dejar de ser un raro espécimen, es la clase de volumen que atraerá esos dos tipos de caricias: la repulsión hacia todo lo que suene a impulsar minorías, o la curiosidad por un panteón de autoras que no se apellidan únicamente Dickinson, Brontë y Austen -o a las que todavía siguen llamándolas por sus noms de plume masculinos. Es cierto que todas las escritoras reunidas en esta pequeña antología rezuman feminismo, pero no como un acto político y ni siquiera autoconsciente en todos los casos. El adjetivo viene del sentido común de mujeres bien educadas y cultas, para quienes era natural no quedarse encerradas en el hogar, ni en las tramas donde la máxima preocupación, aun velada, es el hogar, meollo tanto de la novela sentimental como del terror gótico.
Los Estados Unidos, más abajo del palco en el que se sienta -merecidamente, pero demasiado a solas- Edith Wharton, suponen un precioso prado de diversidad que La nueva mujer explora con creces. Una mujer Sioux, otra de ascendencia china, una hija de inmigrante irlandés, esposas acomodadas, universitarias o trabajadoras. Mujeres con Premios Pulitzer, decenas de cuentos, novelas, ensayos, artículos periodísticos y libretos de óperas a sus espaldas, y que ya nadie conoce, salvo Willa Carther y, en menor medida, Kate Chopin.
Y no, mano temblorosa, no son relatos de lesbianas ni de madres histéricas que ven apariciones en las paredes. La nueva mujer salta entre la épica amorosa con calado mítico, la comedia ligera de vecinos y cuchicheos, el thriller criminal, el peso de la naturaleza y el paisaje para la vida estadounidense, la denuncia social con su punto irónico y la pieza sobrenatural que no envidiaría nada de los pasajes más oscuros de Washington Irving o el cine de Shyamalan. Es más, ni siquiera todos los protagonistas son mujeres, y también se explora el lado femenino y vulnerable de hombres jóvenes con aires de grandeza o que sólo aspiran a casarse.
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