Llevar una vida de aventuras, como aquella que pedía Arthur Rimbaud para sí mismo. O como esas vidas que hemos soñado, con o sin lecturas. Imaginarnos en otro sitio, lejos de aquí, lejos de nosotros mismos. Tal vez la aventura no exista, sino que es solo una manera de huir. Hay cosas más peligrosas que subir la montaña más alta del mundo y están aquí al lado. Luego no, no puede ser eso que siempre hemos pesando. Pedir una vida de aventuras es solo una manera más de pedir otra vida. Una cualquiera. ¿Y para eso hace falta irse muy lejos, atravesar mares furiosos, selvas exóticas, encontrarse con todo tipo de indígenas? No, que va. Pierre Mac Orlan en su Breve manual del perfecto aventurero desvela nuestras dudas, pone en palabras nuestros pensamientos difusos. Hay aventureros activos, cierto, pero también pasivos. Seamos aventureros pasivos.
Ciertamente él no lo fue, y desde el momento que no lo fue ni pretendió serlo, su manual debe ser una obra de fina ironía que aquellos que nunca hemos ido muy lejos ni saltado desde muy alto nos tomamos en serio, porque todo nos suena y ese mismo todo nos viene bien. Vivimos en una época en la que hacemos deporte viendo a los demás hacerlo por televisión y jugamos a los videojuegos viendo a aquellos otros en ello. Luego ya nos va bien pensar que lo más cerca que veremos a un león es a unos metros, tras sofisticadas pantallas, como si fuera un presidente del gobierno. Lo real es aquello que no se puede tocar.
Mac Orlan nunca tuvo mucha fortuna en nuestro país y eso debe de querer decir que somos especialmente aburridos. Tampoco la novela de aventuras es que haya triunfado mucho. Ni el cine. Pero eso no le hace menos grande. Patafísico, hombre de acción, su obra es extensa, e igual se leía, que se llevaba al cine (La bandera o Quai des brumes) o se cantaba (Juliette Gréco). Conforme escribo esto pienso que tal vez solo fue una víctima, otra más, de nuevas olas y vanguardias, que pretendieron hacer viejo todo lo que había y nos entregaron a una eterna modernidad que dura décadas. En algún momento cambiamos nuestros sueños por magras realidades (y ahora ni eso).
Su Breve manual del perfecto aventurero no es más (¡no es más!, como si eso fuera poco) que un delicioso libro que nos viene a decir, como gritaba Pippi Calzaslargas, que uno puedo ser lo que quiere ser. Es más, tiene que serlo. Y que no tenemos muchos argumentos para negarnos a ello o pensar en imposibles. Es una reivindicación de la sangre que corre por nuestras venas y una invitación a entregarnos a la imaginación, como verdadero poder creador, incluso de nosotros mismos. Todo nos está esperando, especialmente aquello que no conocemos. Y a ello debemos entregarnos con pasión, una palabra cuyo significado empezamos a desconocer, porque se usa para cualquier cosa, ya sea un perfume o la defensa delirante y desmañada de la última chuchería virtual lanzada. Si Pierre Mac Orlan era aquel mundo antiguo, es ahí donde quiero habitar.
[…]
Si no quieres perderte nada, puedes suscribirte a nuestra lista de correo. Es semanal y en ella recordaremos todo lo publicado durante los últimos días.