Hubo un tiempo en que se pretendió prescindir de Peter Handke. Como se pretendió prescindir de Günter Grass. Y las razones no eran formalmente parecidas pero si estaban atravesadas por las mismas miserias, los mismos gritos indignados de aquellos que llegaron al final de la fiesta y creyendo entender algo, cuando nunca habían entendido nada. Ni lo entenderán. No sé si estos tiempos son mejores o peores que otros. Seguramente la imbecilidad no es privativa de los que vivimos ahora. Solo que ahora los imbéciles están mejor comunicados y los encontramos por todas partes. Nos gustaría vivir encerrados en algún lado. Tal vez en nosotros mismos. Peter Handke también se encerró, sin esconderse nunca. Lo imagino con una cierta tristeza, y el texto que cierra Contra el sueño profundo, parece hablarnos de ello.
Contra el sueño profundo es una reunión de ensayos, fundamentalmente de crítica literaria. Handke escribió sobre los libros de los demás con un rigor que deberíamos exigirnos al escribir sobre sus propios libros. La primera lección, tal vez la única, es que escribir sobre los libros de los otros es también hacerlo sobre uno mismo. En estos ensayos, que abarcan treinta o cuarenta años, el nivel de exigencia es el mismo, una búsqueda de la justicia en lo escrito. Cuando se aplica a un autor es divertido, cuando se aplica a una guerra, es golpear el avispero de la ignorancia, siempre lleno de simplificaciones y frases hechas.
Peter Handke encuentra que tiene algo que decir de todo aquello que leyó, le guste o no. Los ensayos más extensos se los puede decir a las razones por las que algo no acaba de convencerle, como ocurre con el escritor Franz Nabl. Lo que le resulta incomprensible es renunciar a una escritura que se tiene para entregarse a otra carente de interés. Desgraciadamente, y él lo sabe bien, uno solo parece tener interés para los demás más allá de su obra. El escritor renuncia a sí mismo para entregarse al circo de los demás. No es una cuestión de prescindir de los otros, desde el momento que tiene la sensación de deber a los demás escribir para ellos.
Al fondo, está Franz Kafka. Le dedica algún ensayo, pero en realidad le ha dedicado la vida y también su escritura. Lejos de la escritura, solo hay infelicidad. Hablando de él, habla de sí mismo, y ahí encontramos una declaración conmovedora: yo aspiro, esforzándome con la forma para mi verdad, a la belleza; la belleza sobrecogedora, aspiro a la conmoción mediante la belleza. ¿No está ahí todo Handke? También sus ensayos. No siempre sobre la literatura. El escritor nunca dejó de preguntarse. E incluso de buscar las respuestas. Actos peligrosos.
El libro se cierra con un texto de 2006. Tiene un nombre revelador: Al final casi ya no se entienda nada. Amenazan con retirarle el Premio Heinrich Heine por su declarada simpatía por Serbia, cuando nadie podía ni debía ser simpático con ella. Sí con otros criminales, no con estos. También para eso hay que seguir un cierto orden. El texto se convierte en algo más. ¿Qué? No sé. Dice: Aprendamos el arte de preguntar. Qué lejana queda esta invitación. Qué lejana de estos tiempos de griterío y absolutos.
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