El maestro del juicio final, de Leo Perutz (Libros del Asteroide) Traducción de Jordi Ibáñez | por Juan Jiménez García

Leo Perutz | El maestro del juicio final

Seguramente las dos obras que han corrido mejor fortuna de Leo Perutz son De noche, bajo el puente de piedra (aquel paseo en múltiples relatos por la Praga rodofilna, ese lugar mágico) y El maestro del juicio final, que ahora nos trae Asteroide, en una nueva traducción de Jordi Ibáñez. Si la primera nos remitía a un lugar bien especial, por otra parte el lugar de nacimiento del escritor, esta nos lleva a una Viena no menos especial, en la que pasó su vida. Es importante. Para Perutz, los lugares no son un sitio cualquiera, sino un complejo telón de fondo que tiene algo que decir, con una historia (muchas) detrás.

El maestro del juicio final es una novela policiaca sin policías, una novela de crímenes con suicidas y una novela fantástica en la que los otros mundos están en este. La quiebra de un banco, un actor en horas bajas, una reunión de amigos para interpretar a Bach, la nueva presencia de un ingeniero de origen báltico, una historia sobre un joven que saltó por una ventana y la de su hermano, que quise entenderle y acabó repitiendo los actos inexplicables de aquel, se convierten en una inquietante historia sobre la creación y sus límites, sobre la búsqueda de los desconocido y sobre un juicio final que todos llevamos dentro y que nos corresponde a cada uno, lejos de ser un destino compartido.

Más allá del misterio sobre el que se construye todo el relato, una carrera contrarreloj para encontrar al verdadero culpable y salvar el honor (y con él la vida), Perutz construye su relato sobre la fortaleza de unos personajes de una espesura y unas dobleces no muy habituales en el género (si es que podemos hablar de una novela de género, que tal vez sí). El barón Von Yosch, narrador y protagonista, es un oficial de caballería de vida no muy complicada, que escribe con ternura sobre sí mismo pero que se revela en sus actos y un sus palabras con una veleta que gira hacia el lugar que le marca su humor del instante. Frente a él, el ingeniero Waldemar Solgrub no deja de ser su opuesto. Ya no solo en la atracción que sienten por Dina, la mujer del Eugen Bischoff, actor en sus últimas horas, intentando ahondar en un próximo Ricardo III, sino en una cierta nobleza. Solgrub no es personaje de la atracción del narrador, pero en sus actos de desvela como un ser preocupado por algo que no está muy a la moda: lo justo. Ellos dos no dejan de ser los únicos que están a la altura. Uno en su miseria, que fatigosamente intenta superar, otro en su pasión, irracional para la razón de los otros.

Podríamos pensar en Poe o en Conan Doyle y seguramente nos equivocaríamos. Leo Perutz está preocupado por otras cosas y su relato no aspira a la oscuridad o a la revelación, sino más bien a ir al encuentro de algunos apuntes, pocos, sobre la condición del artista y la necesidad de que la creación surja de un riesgo, un riesgo que puede acabar con el propio creador. Una búsqueda que puede acaba en el extravío y la muerte. Una necesidad de llegar más allá, a ese lugar dónde nadie ha llegado antes y que está en algún rincón de nosotros mismos. Y mientras tanto, nosotros recorremos ese camino hasta el último aliento, en un viaje a través de los miedos de los demás.

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