Memorias de un sargento de milicias, de Manuel António de Almeida (Mármara) Traducción de Ignacio García Barbero | por Óscar Brox
A propósito de El tarambana, una de las últimas obras publicadas por Mármara, decíamos que su autora, Yosa Vidal, envolvía la ficción de una (casi) novela ejemplar en los ropajes de la picaresca, de modo que a través de ese género literario pudiese dar cuenta de un periodo negro como el de la dictadura chilena. Con su pizca de humor y su derroche de humanidad. En cierto modo, Memorias de un sargento de milicias es, también, una novela picaresca de base. Y costumbrista, en tanto que se esfuerza por documentar la realidad del Rio de Janeiro de mediados del Siglo XIX. No en vano, aquella fue la empresa mayor de su autor, Manuel António de Almeida, que no vivió el tiempo suficiente como para acometer otro paso más en su carrera literaria. De ahí que, en parte, estas Memorias guarden una fuerza, un caudal narrativo avasallador, de retrato urbano preciso para alumbrar la gloria y las pequeñas miserias de una manera de vivir destinada, en fin, a su desaparición. Que, qué duda cabe, merecía quedar fijada en la escritura, como un relato de educación sentimental surcado por encuentros, desencuentros, peripecias y, sobre todo, vivencias inolvidables.
Memorias de un sargento de milicias narra la historia de varias andanzas, las de Leonardo y su futuro hijo, también Leonardo. Estamos en otro siglo XIX, alejado de las revoluciones industriales y de la fría luz de la Razón europea; más íntimo, de rufianes y lazarillos, de vidas que crecen a toda velocidad en el trazado hormigueante de Rio. Se podría decir, incluso, que Almeida contagia a su escritura de lo que, imaginamos, debía ser la ciudad bulliciosa, activa y siempre imprevisible. Con esa gracia singular con la que se permite describir el enamoramiento de Leonardo padre (en adelante, avaro), un pellizco fatal que desencadenará un embarazo, una separación, una vida dispersa y un hijo al que nunca querrá lo suficiente. Y es en ese punto, entre idas y venidas temporales (pocos recursos más modernos y folletinescos hay que los de zarandear al lector mientras se suceden las vivencias de sus protagonistas), en el que las Memorias se centran en las andanzas de Leonardo, hijo.
La vida junto al padrino y su barbería, las trastadas infantiles que serpentean los primeros años de aprendizaje nada magistrales y el veloz paso del tiempo que se acumula entre las hojas. Cuando nos queremos dar cuenta, la intención inicial de hacer de Leonardo un futuro hombre de iglesia apenas ha quedado como un borrón en la historia, demasiado inquieto para dejarse amilanar por las exigencias de la homilía y el recato eclesial. Ahora, Leonardo es un adolescente vago, siempre dispuesto a abandonarse a las voluptuosidades de una vida en perpetuo estado de ebullición, que Almeida describe con picardía y sensibilidad, de modo que cada episodio de sus atolondradas peripecias refleje una intimidad, una manera de ver las cosas, especial. Inusual. Destinada a desaparecer. Como en esa noche mágica en la que descubre el amor, el enamoramiento juvenil, en el rostro de Luizinha. Mediante ese salto forzoso a una incipiente madurez que, de golpe y porrazo, redibuja su mapa sentimental para adaptarlo a otras, quizá nuevas, necesidades.
Almeida describe con deleite cada tramo de su historia dejándonos con la sensación de que en aquel siglo, si acaso, la vida se construía a base de accidentes. Como en el mejor slapstick, a través de un inevitable choque de fuerzas que diseñaba el destino de cada uno. Los contubernios entre mujeres para arreglar (o torcer) un futuro matrimonio, las amistades masculinas con poder para colocar al protegido en un puesto de trabajo, las rencillas familiares como elemento común… Es difícil que haya algo en Memorias… que no palpite, que no presente una pizca de vida. Las detenciones, los calabozos, la persecución incansable de ese Capitán decidido a poner orden en la ciudad. Las buenas intenciones, los amores tardíos, los jóvenes enamorados.
Memorias de un sargento de milicias es una novela ejemplar, tan realista como, intuimos, debía ser la atribulada vida de los habitantes de aquel Rio de Janeiro de mitad del XIX. Una obra costumbrista, picaresca, de escritura endiablada y de cuidada envoltura sentimental, que hace de la aventura hacia la madurez de su protagonista un soplo de vida. Cálido, cercano, íntimo y, fundamentalmente, divertido. Literatura de otro tiempo, de otra cultura, de otra forma de entender la vida. Afortunadamente, recuperada.
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