El libro de los libros, de Quint Buchholz (Nórdica) | por Almudena Muñoz
Dicen que una imagen puede dejar sin palabras, pero lo cierto es que a menudo sucede todo lo contrario: torrentes escritos buscan rellenar el espacio entre dibujo y marco, encontrar guiones en cada grieta del acrílico, intelectualizar las flores, las poses, las paletas empleadas. Y qué decir de los afluentes coloridos que pretenden llenar de imágenes la monocromía de un texto: las opulentas fotografías que recrean cuentos infantiles, Millais adaptando a Tennyson.
Resulta tan común la acepción del escritor como fabulador de su autobiografía, que cuando este se acerca a otras disciplinas artísticas parece tener que hacerlo de puntillas, como espectador camuflado una vez que se han diluido las luces del foyer, negando cualquier intento de conectar su tediosa tarea de estudio a otras prácticas más manuales y místicas. Sylvia Plath (quien también podría haber ilustrado sus propios poemas, como da cuenta otro volumen de Nórdica, Dibujos), Allen Ginsberg, W. H. Auden, Anne Sexton o Philip Larkin labraron piezas inspiradas por óleos más clásicos o contemporáneos, desde Bruegel el Viejo a Picasso. Leídos sus resultados, la unidad entre imagen y palabra surge quizá como el picor de la perpetuación artística antes que la necesidad de ubicarse cardinalmente ante la obra de otro artista. Al ofrecerle una ilustración al escritor, la disyuntiva se despliega entre lo que la imagen puede inspirar o el modo en que la imagen puede ser homenajeada, sin que exista un espacio de fusión entre esas dos vocaciones. El reparto de los dibujos de Quint Buchholz entre 46 autores pareció provocar ese efecto divisorio en el grupo: mientras unos optan por escribir algo obligatoriamente sujeto a la compañía visual, otros deslizan un discurso propio que podría vivir sin haber conocido nunca a su (supuesta) ilustración de partida. Las reflexiones acerca de los hilos forzados entre las artes visuales y las escritas dan paso al debate sobre la propia naturaleza del libro.
¿Qué es un libro de los libros: sobre el libro como objeto, o el libro como creación que no puede subsistir sin un formato material? Las ilustraciones de Buchholz atañen ciertamente a esas dos definiciones, a la presencia constante del libro en la vida cotidiana. Las historias, que proceden de lugares abstractos y pueden subsistir de formas misteriosas, no necesitan de por sí un libro. Pero sin él no existirían las autorías, y por eso los escritores y poetas escogidos para este experimento se esfuerzan en volcar su voz reconocible, la que asociamos más a sus apellidos que a las imágenes de Buchholz. La vida a punto de hacerse ensayo de Sebald. El chiste escatológico de Eduardo Mendoza. La filosofía corporal de Susan Sontag. El enamoramiento anglófono de Javier Marías. La corriente de conciencia de una ciudad de Amos Oz. El obituario sobre la inocencia de Ana María Matute. Leer El libro de los libros se asemeja a adoptar el papel de profesor que revisa los deberes de escritura de una clase talentosa e irregular: unos se decantan por lo formulaico («Había una vez…»), otros por la pereza («Describamos qué es lo que estamos viendo en este dibujo…»), los más por impresionar al tutor, robar un detalle de la imagen y volcar alguna reflexión que hasta entonces no había tenido cabida en sus poemas o novelas
El mismo Buchholz desempeña una función confusa, puesto que se le ocurrieron 46 ilustraciones surrealistas y simbólicas que necesitan encontrar un significado a posteriori, así como su estilo< replica en un territorio apócrifo a Magritte y Hopper. Tal vez el lado más práctico y menos evidente de la propuesta sea dejar que el lector consuma las imágenes y los textos para decidir si están bien emparejados, como en un juego de mesa. Si fue el azar lo que entregó cada lámina a un autor, lo que escogió a esos 46 autores y no a otros, lo que les hizo fijarse de un modo y no de otro (¿por qué Tomeo interpreta que la protagonista de su ilustración, de espaldas al observador, es una anciana?), entonces el libro de los libros (de cualquier libro) también puede entenderse como una bonita mentira.
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