La vida breve de Katherine Mansfield, de Pietro Citati (Gatopardo ediciones) Traducción de Mónica Monteys | por Óscar Brox
Siempre he creído que uno debe afrontar una biografía como un trabajo, si cabe aún más esforzado, de ficción. Como lo hacen Jean Echenoz o Pierre Bergounioux, no importa si a propósito del agitado temperamento musical de Ravel o de la estancia holandesa de René Descartes. Con ese desdén con el que apartan los hechos para buscar el espíritu; el ritmo de cada personaje; los pequeños detalles con los que construir un retrato vivo. Acercarse, en lo posible, a las ideas. Al ímpetu creativo. En cierto sentido, la vida de Katherine Mansfield debería bastar como inspiración para afrontar otro tipo de trabajo biográfico. Frágil, íntimo, constantemente en busca de la palabra justa para capturar una mirada. Su mirada. La evocación de un paisaje familiar, de una vida interior, de unos años tumultuosos y una existencia breve. A lo largo de su carrera, Pietro Citati ha abordado las biografías de Kafka, Tolstói o Goethe. Y, sin embargo, uno lee este La vida breve de Katherine Mansfield pensando que aquellas fueron una preparación para su encuentro con la autora de En la bahía.
Precisamente, Mansfield escribió En la bahía bastantes años después de abandonar ese primer recuerdo familiar que le inspiraba su Wellington natal. De ahí, pues, que el lector se deje llevar por el ritmo de ese relato breve con una cadencia propia de las olas, percibiendo el olor de cada lugar, el color singular del sol en esa mañana evocada, los ambientes familiares, las voces que comparten confidencias… cada detalle pulido hasta la exageración por Mansfield con tal de fijar algo más que una ficción; un fragmento vital atrapado en las páginas de su obra. Se podría decir que ese pensamiento fascina de tal manera a Citati que consagra su pequeña biografía a ese objetivo. Como si en cada palabra, en cada episodio, fuese consciente de cuán complejo resulta dar cuenta del itinerario vital de Mansfield, progresivamente desdibujado entre la frustración y el éxtasis, entre los instantes de febril creatividad y la lenta agonía causada por una enfermedad de diagnóstico temprano. De tal manera que el biógrafo italiano consigue pulir su historia hasta quedarse con lo esencial, aquello medular que componga en pocos, pero profundos, trazos la vida de Katherine Mansfield.
En manos de Citati, la vida de Mansfield aparece atravesada por sus viajes y, sobre todo, por la profunda impresión que le generan. La habilidad del italiano, pues, radica en tomar las formas estilísticas de la escritora neozelandesa para evocar cada paisaje como un cuadro vivo, susurrando los recuerdos o tal vez las ensoñaciones, mientras acumula detalles y detalles que impacten por su vivacidad. Por su permanencia, como un recuerdo imborrable que marca un hito en el trayecto. Está la escapada del domicilio conyugal en busca de ese amor furtivo con Francis Carco, que también escribiría. Están los viejos de retiro y descanso, de temporadas de aislamiento bajo el ala (y el cuerpo) de Ida Baker. Están los tiempos felices, deseados o necesitados, con John Middleton Murry. Los años enfermos, dolientes, de sanatorio y pausa, marcados, como en El mar de Blai Bonet, por el rojo de la sangre con la que la tuberculosis desdibuja el paisaje personal de Mansfield. Pero, sobre todo, está ese juego entre lo frágil y lo duro, entre la soledad y ese anhelo de compañía que el sexo, el otro o el propio, conecta a cada poco. La dependencia, el platonismo sentimental, la torrencial capacidad narrativa para observar la vida de los demás. El íntimo deseo de conocer a Chéjov, de compartir su ojo para reflejar la realidad y su destino negro para abandonar la vida.
Citati no es testigo ni tampoco albacea de las memorias de Katherine Mansfield, sino más bien un intérprete de esa figura mítica en la que se ha convertido. Como un falsificador que trata de aprehender cada rasgo de su criatura para traducirlo al lenguaje de la ficción. Para contagiarnos de la ansiedad de Ida Baker ante la relación masoquista que la uniría, en brutal dependencia, a su amiga. O para contar la historia de ese pulmón que, con el tiempo, se hacía cada vez más pequeño. O del retiro cerca de Fontainebleu, en el que hallaría la muerte, cautiva de la cháchara dogmática con la que Gurdjieff cimentó su secta. Y todo ello, he ahí el misterio de la bella prosa de Citati, narrado desde la levedad. A partir de una figura, la de Mansfield, siempre frágil, siempre emborronada, siempre a punto de consumirse. Página a página. Línea a línea. Bajo ese signo creativo de legar a los demás una visión del mundo. De las cosas. Una mirada única que Citati se propone atrapar, recomponer, trasladar al lenguaje de la biografía para conducirnos hasta ese temperamento artístico único. Hasta esa cálida bahía de Wellington en la que la vida, definitivamente, quedó fijada. A salvo, tal vez, de esa otra, la de su autora, que se apagaba sin remedio.
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