Entonces hizo llover Jehová sobre  Sodoma y sobre  Gomorra  azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos; y destruyó las ciudades y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades y el fruto de la tierra. Entonces la esposa de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal.

 

Pobre Edith. Condenada a no tener ni siquiera un nombre que le de entidad propia. Convertida en estatua de sal por querer contemplar la belleza de la destrucción, el origen de la Nada. Incluso a esta se dio una Entidad por medio del Nombre.

A Edith no.

La mujer de Lot volvió los ojos a sus espaldas, las espaldas de Lot. Miró atrás para contemplar la grandeza del cataclismo divino anunciado a una velocidad de 343 metros por segundo. Para extasiarse con la Ausencia Absoluta proclamada por un sonido de belleza incomparable, de una intensidad de frecuencias como nunca antes había sido oido. Lo que había sido la Nada pasó a ser el Todo. Por una milésima de segundo antes de que sus ojos cristalizaran y  sus tímpanos se solidificaran, Edith fue.

Las ondas expansivas arrasaron la estatua, lanzando los átomos de sal como proyectiles infinitesimales sobre el campo circundante y los cuerpos de su marido e hijas, tiritantes de miedo e ignorancia. Ciegos y sordos por no haber tenido el valor de contemplar y escuchar.

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Número ocho
Pa(i)sajes: La nada, el vacío, la muerte
Ilustraciones: Francisca Pageo

[…]

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