El cementerio de los reyes menores, de Zoran Malkoč (Rayo verde) Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek | por Juan Francisco Gordo López
Hay una pequeña región literaria a la que por cruenta, cruda o especialmente incisiva en el género del desastre humano, se la toca apenas de cuando en cuando para recordarnos cuáles son las regiones más oscuras de la narración. A veces, con un resultado vomitivo; otras, como es el caso del libro de relatos de Zoran Malkoč, El cementerio de los reyes menores, provocando una adicción tan blanca como la polvareda que deja una droga: con un regusto de inocencia bruscamente cercenado con la brevedad de su narración impecable.
El conjunto de relatos, por separado, constituye una serie de historias breves que sitúan a sus protagonistas -más bien antagonistas, ya que el lector y aun el propio autor parece no encapricharse con ninguno y putear a todos por igual- en diversas situaciones dentro del mundo de la guerra y posguerra croata, en una geografía impresa y un tiempo forzado por las situaciones que los personajes mismos han creado bajo el yugo de sus existencias o las de otros. La alteridad no es un concepto que trascienda las posibilidades del relato, más cercano al de supervivencia quizás.
No obstante, si hay algo que atrae totalmente al lector y lo atrapa entre sus páginas es ese humor agrio y proveniente de las tripas, que consigue que entre las descomposiciones de vencedores y vencidos haya un punto de inexorable convergencia en el que reconocer la posibilidad de la salvación es la finalidad que nos alcanza la carcajada, estentórea en ocasiones.
Rayo Verde ha decidido apostar por un magnífico libro de relatos que juega a la confusión, a la tremenda posibilidad de leerlo como una novela descompuesta según sus personajes, desperdigados por el mapa que constituye el libro. La reflexión sobre lo marginal y lo corpóreo emerge desde lo más profundo de una narrativa que recuerda inmensamente a la obra breve de Irvine Welsh, siendo Malkoč mucho más que un digno pujante por la verosimilitud de la realidad ácida, un igual frente al relato.
Hay ocasiones, incluso, en que las relaciones se establecen entre los presentes relatos del autor croata, los del británico y las escenas cinematográficas de un Emir Kusturika o un Atom Egoyan. Todo ello traído a colación porque las imágenes que Malkoč logra crear son tan fuertes como desgarradoras, y la carne que nos ofrece a su mesa, como buen comensal, la sirve cruda, casi chorreante.
El cementerio de los reyes menores tiene absolutamente todo de la enormidad de un narrador genial y reconocido con los pertinentes galardones, mención insuficiente para recordar que la literatura no se hace desde los premios, sino desde el estómago. Y Malkoč es capaz de ponérnoslo del revés.
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