Fellini en Roma, de Tyto Alba (Astiberri) | por Juan Jiménez García
En algún momento aprendimos a ver las ciudades, nuestras ciudades, como las veía Federico Fellini. Nuestras noches eran sus noches, nuestras plazas sus plazas, estos habitantes nocturnos sus habitantes nocturnos. También que el sueño no es un estado diferente de estar despierto, sino una especie de continuación. El pasado un momento del presente. Los recuerdos siempre ahí. Todas las cosas se confunde. Michel Leiris, un surrealista más entre aquellos primeros surrealistas, soñaba con su vida, liberada de las ataduras de la conciencia, tal vez. Con ello escapaba a aquella idea de los sueños espontáneos demasiado conscientes. No. Soñar no es un acto poético (no necesariamente) sino un acto liberador. De nosotros mismos. Y todo eso, de nuevo, lo encontramos en Federico Fellini. Amamos tanto a Federico Fellini. Luego el tiempo lo dejó convertido en un adjetivo. Es triste.
Tyto Alba con su cómic, novela gráfica, devuelve al cineasta a Roma. Nunca se fue de ahí, como nosotros no nos hemos ido de él. Si nuestras ciudades son la suya, no tenemos otra Roma que aquella que él frecuentó. Es más, que reconstruyó. Hecha de retazos cambiantes de su imaginación, puesto que para él nada sabe y todo se imagina. Una reescritura constante de su vida. Por la obra de Alba desfilan algunas de sus obsesiones, en especial la pequeña Giulietta Masina, aquella otra necesidad. O Marcello Mastroianni, que era él, o su otro yo. O todo junto. Pero sobre todo desfilan sus sueños, es decir, su vida. Aquella película que escribió durante años, desde que llegó de ese Rimini más tarde destruido por los bombardeos aliados pero indestructible en su cabeza, en sus películas, en aquel I vitelloni o en Amarcord.
Roma, ciudad sagrada. De iglesias, de curas y monjas. Ciudad nocturna. La noche. Paisajes en la niebla atravesada por un Fellini de todas las edades, en todos los estados. El sueño, antes del sueño, después del sueño. Tyto Alba lo entiende muy bien. La vida de Federico Fellini, su cine, es una sucesión de cuadros, de encuentros con personas, naturales o sobrenaturales. Una sucesión de escenas de películas rodadas y sin rodar. Roma es un enorme escenario reconstruido en los estudios de Cinecittà. Qué bello es este libro. La calidez de los azules, del color de esa tierra de la que el cineasta fue habitante ocasional. El deseo de querer ser. Dibujante, amante, marido, director de cine, payaso, soñador, paseante solitario.
Fellini en Roma es un libro sigiloso. Lleno de voces y de personajes pero terriblemente sigiloso. Una contradicción más del personaje retratado. Al ruido, a la tormenta, le llegaba esos momentos de recogimiento. Las calles vacías, las plazas desiertas, la playa que se pierde en el horizonte, los monstruos marinos que se pierden en la playa. Los colores que se pierden en la hoja en blanco. Los colores que se encuentran con la hoja en negro. Un gato. Negro. Anita. Gigantesca. Giulietta, apenas nada, pero todo. Si todos hiciéramos un poco de silencio, tal vez entenderíamos algo. Qué bonito paseo el de Tyto Alba por Fellini, convertido en una geografía fantástica. Sí. Amamos tanto a Federico Fellini. Perdimos tantas cosas un día, algunos días, hace muchos años…
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