Mein Kampf ilustrado, de Clément Moreau (Sans Soleil) Traducción de Ibon Zubiaur | por Óscar Brox
A propósito de las formas críticas de la sátira, Walter Benjamin señalaba que, para no caer en lo inofensivo, los tiempos convulsos requerían de textos igualmente convulsos. Trasladado a nuestra época, en la que se ha extendido un proceso de higienización moral ante todo aquello que incomoda o invita a escarbar en la fundamentación de nuestros constructos sociales, las palabras de Benjamin no pueden gozar de mayor vigencia. Ahora que se discute, por poner un ejemplo, la pertinencia de una obra crítica sobre Céline o el estudio, merced a un amplio aparato teórico, de uno de tantos episodios abyectos de nuestra historia cultural reciente, parece necesario hacer hincapié en un solo concepto: crítica. Es por ello que la edición, impecable y rigurosa, del Mein Kampf ilustrado a cargo de Sans Soleil se antoja tan importante. No solo por el trabajo de reconstrucción y preparación editorial de las viñetas originales de Clément Moreau, sino por el esfuerzo para, ante un texto terrible, elaborar una discusión y desarticulación crítica de este.
Antes de Clément Moreau existió Carl Meffert. Pero lo hizo, como tantas otras víctimas de la promulgación de las leyes raciales, hasta el ascenso al poder de Adolf Hitler. Pasó por la cárcel, el exilio en Suiza y, casi por azar, un segundo exilio en Argentina que terminó por borrar parte de su pasado, excepto unas iniciales que ahora respondían al nombre de Clément Moreau. Allá en la Argentina, la realidad se repartía entre los que llenaban las gradas del Luna Park para estirar sus brazos en honor al Reich y los que, emigrados a la fuerza, tramaban formas de desmantelar la fascinación que la retórica hitleriana ejercía sobre las masas. Moreau comenzó su tarea de desarticular la potencia del discurso de Hitler en las viñetas de varios diarios porteños, el Argentinisches Tageblatt y Argentina libre. No solo como exorcismo personal, sino también como una suerte de obligación crítica para restituir el valor a unas palabras mancilladas. Arrastradas por el barro de la historia reciente.
Cualquier lector de La comedia humana, la anterior obra de Moreau rescatada por Sans Soleil, identificará en los dibujos del Mein Kampf, fundamentalmente, su exprisividad; la virulencia con la que la sátira combate los pensamientos más grotescamente manipulados. Moreau se apropia de las reflexiones de Hitler para estamparlas contra el poder de sus dibujos, desarticulando su aportación hasta convertirlas en un arma arrojadiza. En el reflejo deformado de esa mitología hitleriana que el ilustrador devuelve al espacio de lo banal, de lo insignificante y lo miserable. En el retrato de un cobarde, de un vago, especializado en la arenga y la exaltación popular, cuyas palabras caen en saco roto cuando se les quita el volumen y el contexto, diseccionándolas con las armas que proporciona la sátira. En sus imágenes, sobre todo en la evocación de la Viena de los primeros años de vida de Hitler, proliferan los ambientes sacudidos y míseros, los rostros agotados y hundidos que contradicen la alegría inofensiva de una época cercana a entreguerras.
La épica de Hitler se transforma en unas viñetas en las que Moreau zarandea a su protagonista a través de sus recuerdos. Le quita, precisamente, el valor a su oratoria y ciñe la hueca retórica de sus palabras al espacio cuadrado del dibujo. A lo que refleja la viñeta: al individuo mezquino y marginal, fracasado y oportunista, taciturno e impotente, que se arrastra por los años del viejo Siglo enseñando cómo todas las hazañas narradas no son ni más ni menos que pura basura. Sin honor, relieve ni fuerza. Pensamientos mínimos de un personaje ridículo. Pensamientos que, paradójicamente, no resisten el envite de la sátira. Esa otra fuerza que surge del dibujo hiperexpresivo de Moreau, que habiendo vivido también esa época sabe cómo extraer la autenticidad de los recuerdos evocados por Hitler. Demoler la época para revelar la miseria. La podredumbre y el fanatismo, los fundamentos de su discurso antisemita y fanático. La violencia y la vulneración de los principios humanos más básicos.
Si Mein Kampf, más que un panfleto, es un estado de ánimo -como una sinfonía previa a la celebración de un acontecimiento-, los dibujos de Moreau se encargan de desafinar todos los instrumentos de Hitler; de mostrar su bajeza, su inmoralidad. Mostrar, esa es la palabra. Hacerlos hipervisibles para que, de esa manera, nadie los olvide, proporcionando, ya de paso, las herramientas críticas para que nadie confunda el delirio con la realidad. Un texto convulso para reflejar una realidad convulsa. Por eso, y porque nunca acabamos de escarmentar, resulta tan necesaria la edición de este Mein Kampf ilustrado, además de por el trabajo de arqueología y cultura visual que significa la recuperación de la obra de Moreau. No tanto para hacernos una idea de lo que fue nuestro pasado colectivo, sino más bien para intentar, en buena medida, que no vuelva a repetirse en el futuro.