Los casos del comisario Croce, de Ricardo Piglia (Anagrama) | por Juan Jiménez García
Podría escribir de Ricardo Piglia. Pienso que Los casos del comisario Croce es tal vez su último libro y para su último libro escogió un libro de detective. Digo detective porque solo sale uno, el detective Croce. Y lo demás es mera escenografía, el mundo necesario para que Croce viva su vida. Que el último libro de Piglia sea policiaco, es un acto de justicia hacia un género que amó profundamente, no solo de pensamiento, sino de obra. La suya y la de los demás. Entonces, estos casos son como ir a encontrarse con viejos amigos. Y los viejos amigos pueden ser lo suficientemente abstractos para estar en cualquier cosa. Un argumento, Borges, Argentina, otros detectives anglosajones. Y entre todo, algo especial. Ya desde el primer instante en el que tenemos a un detective que no resuelve un caso. Y que, además, no resuelve un caso injusto. Un caso injusto frente al que se rinde.
Me releo. No, no es cierto. No es una cuestión de que esté Croce y luego lo demás sea un decorado al fondo. A veces, muchas, la escenografía, la historia, parece querer prescindir de él, como en aquellas novelas de detectives japonesas en las que el detective no está o muy poco. Y si está, escucha. Y entonces resuelve, como ese Sherlock Holmes haciendo ejercicios mentales para no oxidarse con cualquier personaje que se cruzaba. Pienso en el relato sobre esa leyenda urbana de la película pornográfica de Eva Perón. Podríamos pensar que también Piglia ejercitaba su mente para olvidarse de su cuerpo. Ese cuerpo que había decidido olvidarse de él. Por eso encontramos algo así como figuras de estilo, como ese otro malvado Moriarty.
Para entendernos, Los casos del comisario Croce tienen tanto de reflexión sobre el género que de relatos al uso. Ricardo Piglia tiene la inteligencia de hacernos que creer que seguimos a Croce en sus investigaciones cuando en realidad le estamos siguiendo a él en las suyas, en algunas cosas que tenía que decir sobre un género que le apasionó. Su detective es una idea. Con el método confesado de buscarle cinco pies al gato tiene algo de filósofo, de pensador del crimen y del misterio, como Maigret lo tenía de etnógrafo de la sociedad francesa. Por eso no es extraño que un relato sea una conferencia de Borges a la que asiste un Croce meditabundo. Y no hay asesinados ni asesinos, solo el gusto por contar que se nos queda en el gusto por leer. Por eso no es extraño que algunos relatos sean un análisis sobre el proceder de esa reencarnación pampeana, el filósofo como policía.
O también esa última narración que no es un relato, sino el método. Porque estos tal vez no sean los casos de Croce, sino Croce convertido en un caso, un caso de estudio. Un detective en tercera persona para contar a un escritor en primera. Por eso, el liminar lo escribió Karl Marx en 1857. Ricardo Piglia se pregunta si su escritura ha cambiado. Impedido, escribió este libro con la mirada (la poesía de la desgracia). Yo no sé si su escritura ha cambiado. No leí mucho a Piglia (y lo disfruté siempre… pero eso sería otro caso para el comisario Croce). No sé si su escritura cambió, pero no cambiaron sus ganas de contar, de escribir, de vivir. Sus ganas de llegar a los demás a través de las palabras, ese material resbaladizo, arenoso, para construir sobre páginas en blanco. Echaremos mucho de menos a Ricardo Piglia. Su entusiasmo adolescente por la literatura, su pasión por la escritura como manera de vida.
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