Dämon. El funeral de Bergman, de Angélica Liddell (Teatros del Canal)  | por Francisca Pageo

Asistir a una obra de teatro de Angélica Liddell no es fácil, ni siquiera es fácil entenderla ni son fáciles las emociones que suscita. Con su última obra, Dämon. El funeral del Bergman, presentada en el Festival de Avignon, en el Grec de Barcelona y ahora en Madrid, en los Teatros del Canal, asistimos a un exorcismo y a un evento canónico de tal manera que todo lo que pensábamos antes de ir, todo lo inconcebible, se vuelve real. Nadie está preparado para la muerte, ¿acaso alguien lo está? Pero antes de la muerte está el sufrimiento y está el calvario y está la petrificación del alma que nos adentra a un mundo donde todo es visceral, todo vuelve a lo primigenio: vestirse es un pecado en el paraíso. Y Angélica se desnuda y las actrices también y los ancianos también. Todos debemos de desnudarnos para asistir al nacimiento de la muerte, a la construcción de la destrucción.

No quedan atrás la música y sonidos que Liddell nos propone en esta obra, que haciendo uso de su doble fondo, nos adentra en un mundo perverso y punitivo. En Dämon tienen cabida The Chemical Brothers y Bach, tienen cabida las misas en sueco a favor del admirado Ingmar Bergman, a quien va dirigida esta obra. Como una mezcla de Suspiria de Argento por esa Angélica bruja más que bruja, por ese Profondo Rosso de Gritos y susurros de Bergman ante todo el escenario. El mundo se vuelve rojo, rojo y rojo: rojo demonio y rojo sangre. Asiste así un Papa que otorga a Angelica su poder y la vuelve ama de los actores, ama de la vida, ama de las artes vivas que son el teatro. Ella dirige a los actores y se dirige a ella misma en un monólogo que perpetra contra los críticos franceses, porque de los críticos españoles, como dice en la obra, mejor no hablar.

Dämon es intensa desde que empieza hasta que acaba, asistiremos al evento de una persona menuda con una máscara de muerto, plantada en mitad del escenario, y nos pondrá los vellos de punta. Más tarde Angélica se lavará sus partes intimas y nos bautizará al público con esa agua que ella bendice. Para ella esta obra es un acto de amor, un acto de seducción a la muerte que termina por hacernos obedecer ante sus encantos. Encantos de bruja mas que bruja, que Gran Papesa como dice nuestra amiga Gema Monlleó. Se meten las emociones en la carne y la carne las desgarra, el cuerpo se hace voz. Seremos viejos y nos lavarán y nos tratarán como si volviésemos a ser bebés, y ese es el ciclo de la vida que termina con la muerte de Ingmar Bergman en una misa maravillosa, donde cantan y cantan a Dios, cantan al cielo, cantan a las aves que no vendrán a nuestra boca, como bien dice Angélica. Y es que no hace falta que vengan, esta no es una obra complaciente ni pretende serlo. Es una obra que es una metáfora sobre la realidad: aquí nada es velado, solamente las leves cortinas que se mueven mostrando los pechos desnudos de las actrices.

Se vuelve la obra, así, una secuencia de imágenes que nos adentran en el terror y la perversidad, pero desde una forma elegante y ciega. Porque estamos ciegos y Angélica nos quita el velo, la venda de los ojos, solo se los tapará al niño que, inocente, no debe ver tales calamidades. Vivir es un ciclo donde la vida empieza con la muerte, donde la muerte es la resurrección. Cenizas que son polvo que se mezclan con nosotros y nos volvemos muertos, fantasmas, desprovistos de cuerpo y solo emoción. Porque si hay una palabra que define las obras de Angélica, es eso: conmoción. Asistir a Dämon es conmocionarnos en cuerpo, mente y alma. Es no salir ilesos. Es ser bendecidos por el don de la sabiduría de una mujer que ha sido capaz de ver todo, de apreciar todo, de mostrar todo lo que el mundo nos ofrece y nosotros nos negamos. Está claro que esta obra no será para todos los públicos, pero no es eso lo que ella pretende. Lo que pretende es que los que vayamos a verla pensemos, nos emocionemos, disfrutemos de la verdad, pues el arte es verdad encubierta en metáforas. Liddell no drefrauda y espero no defraudarla a ella con estas palabras. No me gustaría ser criticada por ella, porque esta obra me ha llegado hasta las entrañas.


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