Un montón de migajas, de Elena Gorokhova (Gatopardo) Traducido por Carles Andreu | por Dara Scully

Elena Gorokhova | Un montón de migajas

Una muchacha con un pañuelo rojo al cuello. Una niña: el uniforme almidonado, los hombros rectos, la expectación. El rito iniciático que celebra todo futuro hombre o mujer soviéticos. Niños en filas como diminutos militares; de los mayores, de sus manos listas para el trabajo, obtienen los pequeños su pañuelo rojo. Su soga inerte. En los labios, la sonrisa del orgullo. Miradme, dirán algunos. Y sin embargo, esa muchacha quieta, sus trenzas rubias sobre la espalda, la mirada más allá del ritual, de los alumnos mayores, lejos del pañuelo rojo. Una mirada que atraviesa ese mundo acorazado. Que busca otra razón para la existencia. Una palabra en inglés. El reverso de un espejo quebrado. Occidente como la promesa de algo hermoso e inasible.

Lena es una niña comunista. Una hija de la patria. Busca la excelencia académica, el amor del padre, su propia huella en un camino de dirección única. Le pesa el pañuelo sobre los hombros. La perfección exigida por el sistema y por la madre. Se busca en el reflejo de su hermana, en las palabras inglesas que le llenan la boca como un alimento dulce, le empapan la lengua, el paladar, el borde mismo de los labios. Esa boca a punto de hacer la pregunta incorrecta. ¿Por qué estas colas interminables? ¿Por qué no comemos mayonesa? ¿Por qué cada edificio es un reflejo del otro, una mímesis? Elena es una niña, y sin embargo comprende que hay otra vida más allá de su vida y del telón de acero. Que esto no puede ser la única existencia. A pesar de la belleza de ciertas cosas, la blancura de Leningrado, la dacha, su padre como un titán desafiando las tormentas. A pesar del teatro al que se entrega su hermana, esa pequeña revolución. Elena lo constata en el antiguo retrato de su madre: allí, en la mirada, otro tiempo. Un deseo ahora sofocado. La mujer que amó y perdió, que defendió la vida de un niño por encima del Partido, quien fue señalada por aquellos a los que ahora defiende. ¿Qué te ocurrió, madre?, se pregunta Elena. Y teme la transformación. Teme también ella amoldarse a su pañuelo rojo, ascender en el sistema, pertenecer como pertenece aquello que está atrapado. Sin posibilidad de huida. Una hija de la patria y no otra cosa, ninguna otra cosa. Una mujer soviética. Una pieza pequeña e invisible.

Elena crece bajo el yugo de esta lucha: apariencia frente a deseo. El teatro de cada día; todos saben, todos comprenden, y sin embargo se mantienen en silencio. Aceptan sin palabras aquello que en realidad desprecian. Ignoran las largas colas, las fronteras cerradas, a los que un día desaparecieron. Ignoran la realidad de que, a veces, un chiste puede ser un disparo. Una desaparición. Y mientras crece, Elena se entrega a lo único que la vincula a Occidente: ese idioma sinuoso, dúctil sobre su lengua. Aprende inglés deseando comprender la profundidad de las palabras. Los significados que, a pesar de todo, se escapan entre sus manos. Privacidad. Libertad. Deseo. ¿Es lo que le espera fuera? ¿Existe realmente ese más allá de las fronteras?

Elena Gorokhova nos tiende su mano y nos entrega su memoria, su infancia de niña soviética, su rebeldía. El deseo precoz de encontrar un hilo propio que dirija sus pasos hacia una dirección nueva y desconocida. La niña rusa reniega de Rusia, aunque la lleve dentro, igual que confronta a la madre a la que en realidad ama. La infancia a veces busca ídolos y otras los destruye, y Elena elige la destrucción, la dirección opuesta a la que en su día tomó la mujer que la gestó en sus entrañas. Elige una libertad imaginada frente a lo que ella cree sometimiento. Elige el idioma extranjero, al hombre extranjero, el país lejano. El otro lado del telón de acero que, tal vez, sea igual de frío y brutal que su propio lado. Pero al menos, la decisión será enteramente suya. Y nosotras la celebramos, acompañamos a la niña que se transforma, a la muchacha que aprende, a la mujer joven que, a su debido tiempo, tomará un vuelo que la asentará en el otro lado del mundo. Dejando atrás las migajas, los pañuelos rojos, el cielo blanco de Leningrado. Dejándose atrás para encontrarse y ser una mujer definitiva.


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