número uno | bande à part | selección de imágenes: david flórez
En esta imagen perteneciente al episodio 12 de Ghost In the Shell: Stand Alone Complex (Kenji Kamiyama, 2002), las habituales investigaciones criminales de la mayor Makoto Kusanagi por el ciberespacio le llevan a descubrir lo que no admite otra definición que la película perfecta.
Como todo espectador un poco inteligente puede adivinar, nunca se nos muestra un solo fotograma de esa cinta, lo único que queda claro son los efectos devastadores que produce su visión en aquellos que se ven expuestos a ella. Como moscas en una telaraña, quedan atrapados por ella, tan emocionados y sobrecogidos que no serán capaces de abandonar su asiento y sólo podrán verla una y otra vez.
Por alguna razón, la mayor Kusanagi consigue escapar de esa trampa y abandonar la sala de proyección. Sin embargo, no será inmune a sus efectos, y por un momento su máscara de dureza, su frialdad semejante al cuerpo artificial en el que está confinada, se quebrará y la veremos llorar incontroladamente, presa de la emoción suscitada por esa película perfecta.
No se nos revela tampoco qué recuerdos, qué experiencias han sido evocados por las imágenes que está viendo en la pantalla, lo que se sí nos muestra y que es especialmente pertinente en este estudio sobre la expresión de las emociones en el anime, es como esta demoledora transición se nos transmite con el mínimo de recursos.
Basta que una sola lágrima se deslice por el rostro inexpresivo, hermético seguro de sí mismo y sus posibilidades de la Mayor Kusanagi, para que su máscara se haga añicos ante nuestros ojos, revelando regiones de su personalidad que le suponíamos completamente ajenas. Una lágrima que desciende primero sin ser notada (¡aunque no para nosotros, los espectadores!), desencadenando una repentina reacción de sorpresa, de azoramiento, al reparar ella misma en sus debilidad, que no debería haber sucedido nunca y que no volverá a repetirse.
Ésta, como digo, fue la imagen que dio lugar a este artículo y en él analizaremos, muy brevemente y con la ayuda de ejemplos, cómo el anime es capaz de superar sus propias limitaciones, su estatismo, su inexpresividad, su necesidad de utilizar la animación limitada para reducir gastos, para conseguir poder expresar las emociones humanas más complejas y profundas y en concreto, la tristeza.
Aquí tenéis el primer adelanto de Bande à part, la sección de la revista que hará de intermedio entre un número y otro; un lugar libre, una obra abierta, que corre paralela a la revista, que se cruza y la atraviesa. En este texto, David Flórez desmenuza con precisión (alternativas: pasión o justeza) qué y cómo puede expresarse la tristeza en sus manifestaciones en el anime.
La escena que describes parece apasionante. Los efectos devastadores de la película perfecta. (¿La película perfecta es un crimen? No quiero decir que trate sobre un crimen, sino que su perfección la convierte en peligrosa.)
La verdad es que a veces me quedo viendo en la tele unos minutos de algún dibujo animado japonés, no precisamente los mejores, fascinado precisamente por la economía de medios, en su variante más prosaica, esos planos en los que hablan y solo se mueve la boca.
Y me hace bastante gracia como se cuentan algunas de ellas, esos instantes dilatados en los cuales cada personaje, un dibujo estático que en el mejor de los casos atraviesa el encuadre, va a cuestas con su monólogo interior, un montón de interioridades cruzándose en torno a un momento que no acaba nunca.
A veces pienso que deberían adaptar Las olas. Virginia Woolf por entregas, todos los días a la hora de la merienda.