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Primo amore | Matteo Garrone

Uno de los tópicos más frecuentes en la cinefilia actual consiste en la categorización compulsiva de cineastas en generaciones, grupos, estilos. Así la Nueva Comedia Americana o, por qué no, los Nuevos Cineastas Españoles. Más allá de que compartan rasgos e inquietudes comunes, habrá que buscar la parte fundamental en la consistencia de sus discursos personales, no sólo en su eventual adscripción a una determinada corriente. Y es que basta recordar aquella acalorada discusión entre Nanni Moretti y Mario Monicelli para recuperar una afirmación del primero que no por altanera dejaba de ser menos válida; «El cine italiano soy Yo». Una declaración que, de inmediato, nos sugeriría la siguiente reflexión: Entonces, ¿qué es el cine italiano?

Acercarse a la obra de Matteo Garrone invita a sumergirse en algunas de estas cuestiones, pues no sólo refleja el presente del cine italiano o su actitud política, sino también su vocación por destacar, entre el vasto paisaje que significa cualquier cinematografía, los pequeños detalles que describen a un cineasta más allá de las modas -Cannes y el efecto Gomorra (2008)- y los estilemas políticos -a lo Sabina Guzzanti-, preocupado por encajar una mirada inconformista en mitad del incierto panorama cinematográfico. Por eso, la obsesión de ciertos periodistas por preguntarle sobre la seguridad del novelista Roberto Saviano y la suya propia debía sonarle a chiste; tanto como la sensación de que su carrera parecía agotarse entre las paredes y la atmósfera opresiva de Casal di Principe.

Con motivo del festival Cinema Jove, tuvimos oportunidad de encontrarnos con Matteo Garrone, director con una trayectoria singular, al que Gomorra ha puesto en un primer plano y añadido un buen número de equívocos, que él suma a muchos más, con una cierta afición a negar lo innegable. Cineasta de la forma con un marcado contenido social, el cine de Garrone se nos impone como un cine a descubrir, en toda su extensión…

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