número uno | las penúltimas cosas | selección de imágenes: ferdinand jacquemort
Quinta de las ocho obras maestras consecutivas (un caleidoscopio con algunas de las mejores comedias, melodramas, musicales y dramas de su tiempo) que componen la parte más álgida (y casi la final, aunque tal vez cuando pueda verse de nuevo Nina (A matter of time, 1976), su última película, haya que volver a reescribir textos como este) de la trayectoria de Vincente Minnelli -equiparándose por continuidad en la excelencia a las memorables rachas de unos pocos elegidos más: Mizoguchi, Hitchcock, Godard, Naruse- , Dos semanas en otra ciudad (Two weeks in another town) en 1962, es su obra más equívoca.
El poderoso recuerdo dejado diez años antes por Cautivos del mal (The bad and the beautiful, 1952), su otro filme sobre el cine, que es proyectado en el transcurso de una escena donde es presentada como gloria de los viejos tiempos, la ha acabado relegando a una categoría ciertamente desdichada: la de los filmes derivativos, las segundas partes, las continuaciones. Mucho más lo parecía en este caso, cuando la acción se traslada a los escenarios de Roma y Cinecittá, nueva -y de segunda categoría para muchos- Meca para productores veteranos y advenedizos con dinero, pero sin tablas, en busca de negocios rentables. Se daban todas las condiciones para que pudiera serlo.
Os ofrecemos otro texto íntegro, incluido en Las penúltimas cosas. Jesús Cortés vuelve sobre la obra de Minnelli con Dos semanas en otra ciudad, el cine (otra vez) como paisaje emocional y los fantasmas personales como batalla final.