Decía Jean Améry en su prólogo a la 2ª edición de Más allá de la culpa y de la expiación que, más de dos décadas después del Holocausto, las agresiones contra la humanidad no habían dejado de proliferar. Si acaso, sí se habían vuelto más habituales, toleradas por regímenes y situaciones políticas que defenestraban cualquier intento por subvertirlas. Porque tenían un lenguaje propio o, simplemente, como recuerda Rithy Panh en su libro La eliminación, porque desgastaban el nuestro hasta inutilizarlo. Malos tiempos que se han expandido, hasta infestarlo, por el mundo. Y malos tiempos que el cine, en ocasiones, ha exorcizado bajo falsas premisas espectaculares, sin atender a las aristas y matices que sus delicadas problemáticas sacaban a la luz. Lo hemos visto con la experiencia de los campos de concentración nazis, y ese impacto nos recorre de nuevo cuando lo observamos trasladado a Camboya e Indonesia, bajo la mirada impasible de unos torturados que, en este caso, se han encargado de escribir la Historia librando guerras mediante intermediarios: el arte, el cine y su manera de contener la memoria.
Estudiar -y recordar- la Guerra Fría es más necesario que nunca, para reconocer el horror que infligimos a otros bajo el disfraz de mentiras convenientes, de palabras tornadas huecas a base de repetirlas: libertad, justicia, prosperidad, que solo servían para justificar la muerte y destrucción, tanto mayores cuanto más tecnificada y avanzada era la potencia que las causaba. De manera imperfecta y fragmentaria, esto es lo que propone David Flórez en este artículo, Librando guerras mediante intermediarios: cine, guerra fría y memoria. Estudiar tres documentales sobre este periodo, dos recientes, uno estrictamente coetáneo a los hechos, para revelar la abyección moral de ese tiempo, del cual algunos fuimos testigos, pero todos somos hijos. Y también para señalar cómo la memoria y su compañero el olvido, modifican, deterioran y deforman una realidad que quizás no existió más que en la mente de sus participantes, pero que es necesario, mantener, limpiar y restaurar. Aunque solo sea para que no continúen engañándonos.
Número seis
Nuestro tiempo
Imágenes: Juan Jiménez García