Según me senté a escribir a este artículo, me di cuenta de la enormidad de la tarea que me había propuesto. Lo que iba a ser una simple incursión en el tema de las relaciones entre animación, política y propaganda, se transformo enseguida en dos artículos con la Segunda Guerra Mundial como cisura, para una vez señalados algunos hitos importantes del camino, tomar proporciones de libro. Lo que sigue, por tanto, no son más que unos breves apuntes, apenas unas señales de carretera que ayuden a orientarse en este amplio tema y que sirvan de base para lo que debería ser un estudio más exhaustivo y ambicioso.
Para que se hagan una idea del trabajo que quedaría por hacer basta un ejemplo. Tomemos una olvidada serie de anime de los años 90, Gasaraki (1998, Ryōsuke Takahashi). Lo que podría tomarse por una serie más de mechas, con acusadas referencias a Mobile Suit Gundam (1979, Yoshiyuki Tomino) y Neon Genesis Evangelion (1996, Hideaki Anno), oculta en realidad un complejo mensaje político relacionado con los sectores radicales de la extrema derecha japonesa. Se trata ni más ni menos de mostrar un futuro paralelo en el que la superpotencia norteamericana se revela como un coloso con pies de barro, coyuntura en la que la aparición de los mechas que dan nombre a la serie permiten que un Japón renacido en términos militaristas reescriba los términos de la alianza firmada entre ambos países tras la Segunda Guerra Mundial. En esa negociación revanchista del equilibrio mundial, la nueva potencia japonesa se consideraría un igual a su antiguo mentor y vencedor en la guerra, adoptando así una postura agresiva e intervencionista en los asuntos mundiales que retomaría la evolución rota en los años cuarenta del siglo XX por el conflicto mundial.
Como puede suponerse, la carga ideológica de Gasaraki no es una excepción en el panorama delanime, ni mucho menos en la historia de la animación mundial. Desde los inicios, esta forma ha sido usada por los poderes fácticos –the powers that be, en la hermosa expresión inglesa- para promover sus objetivos políticos, convenciendo a la población de su justicia y necesidad, para movilizarla sin necesidad de coacción. Si esta labor nos parece ajena a la animación es por nuestra tendencia a relacionarla con el mundo de la infancia -considerándola así equivocadamente como inofensiva e inocente- y porque esta labor de adoctrinamiento no tiene por qué realizarse solo con los grandes temas -la guerra, el sistema económico, el ordenamiento social-, sino que puede aplicarse perfectamente a temas más banales o cotidianos -como la vacunación, la higiene o la seguridad vial-, como ha sido el caso corriente en esa arte hermana de la animación que es el cómic.
Rastrear todas estas manifestaciones, como ya he dicho, superaría el marco de un simple artículo. En esta primera entrega, por tanto, nos vamos a limitar a las manifestaciones más llamativas, aquellas en las que los gobiernos -o en ocasiones muy particulares, individuos aislados- han intentado convencer a sus ciudadanos de que la guerra que libraban, los sacrificios que iban a sufrir, el nuevo orden social que se iba a instaurar, eran una necesidad ineludible, una tarea en la que todos debían contribuir con el mayor esfuerzo, si no se quería desaparecer como nación o pueblo… o si no se quería sufrir el castigo reservado a tibios, derrotistas y traidores. Los límites temporales van a ser también muy estrictos, ciñéndonos al espacio enmarcado por ambos conflictos mundiales -la segunda guerra de treinta años europea, al decir de algunos historiadores- durante el cual la propaganda y el adoctrinamiento de la población alcanzaron su madurez técnica y metodológica.
Otras manifestaciones de esta alianza, no sé si impura, entre animación, política y propaganda se quedarán en el tintero, como los anuncios realizados para la GPO (General Post Office Británica) por animadores de vanguardia, las incursiones en la publicidad de artistas experimentales como Len Lye o Alexei Alexeief, o auténticas curiosidades como el corto Hell Bent for Election (Al cuerno con las elecciones, 1944, Chuck M. Jones). En el caso de este último corto, baste señalar que fue realizado en su tiempo libre por un grupo de animadores de tendencia progresista bajo el paraguas del International Education Department, una de tantas organizaciones semigubernamentales surgidas en tiempos de la Segunda Guerra Mundial y germen de la famosa UPA. Su objetivo era apoyar la campaña de reelección de Roosevelt en el que sería su último mandato, al mismo tiempo que realizaban una sátira cruel de las tendencias antiestatales y aislacionistas del partido republicano, que apenas han cambiado desde ese tiempo.
Dejémoslo aquí, como muestra de otros paisajes que merecería la pena explorar, pero antes de pasar al análisis, hay que añadir una última puntualización. La historia de la animación se ha caracterizado por la oposición continua entre la obra de creadores solitarios, excepciones, por tanto, y la producción comercial de los grandes estudios. Esa misma separación se refleja en este análisis, donde se tratarán tanto las tendencias generales como las obras excéntricas, las citadas excepciones, ya sea en el contexto de su época o en el de la trayectoria del autor/estudio.
Número seis
Bande à part
Ilustraciones: Juan Jiménez García