Como muchos otros tantos fenómenos nacidos a rebufo de la Segunda Guerra Mundial, el análisis autoral iniciado por Truffaut y toda la troupe del Cahiers du Cinéma ha caído preso bajo las garras de los fines publicitarios. Convertida en marca, analizar la obra de un/a autor/a se reduce a señalar ciertos elementos comunes que otorguen a su trabajo compacidad, unas características fácilmente reconocibles con las que sumirnos en el mundo de lo familiar. El nombre, como la puntuación otorgada a un filme, nos proporciona una rápida información sobre lo que esperar. La situación bajo control y a otra cosa. No obstante, con esta inercia se pierde lo más interesante que la metodología autoral nos aporta y que dista mucho de simplemente alabar virtudes de un genio determinado; esto es, proporcionarnos un criterio para agrupar cierta colección cinematográfica con la intención de poder pensarla.
Teniendo en cuenta en qué se ha convertido este tipo de análisis, acaso ayudado por la tendencia al culto personal presente desde sus orígenes, ya no es posible quedarse en una mera reivindicación del autor como sujeto unívoco sometido exclusivamente a una rigurosa evolución cronológica. Atendiendo a las exigencias de un mundo distinto al del siglo pasado, la autoría sólo puede sobrevivir como criterio inicial que deja inmediatamente paso a un análisis serial. Que un conjunto de películas consienta ser tratado como una serie permite abrir una explicación centrada en la psicología individual del creador, con sus elementos comunes y estáticos, al devenir del contexto y de los personajes. La importancia se centra en estos en la medida en que no se agotan tras cada película sino que perduran de una a otra, sometidos a giros de la trama, saltos temporales, introducción de nuevas protagonistas… y facilitan la reflexión en torno a un sinfín de problemáticas desplegadas en un tiempo no lineal que bajo otras aproximaciones se zanjarían mediante un concepto, una sentencia, una esencia.
Desde esta perspectiva el cine de Almodóvar se presta considerablemente a semejante acercamiento, olvidándonos por una vez de la enumeración de clichés de su filmografía con el fin de escuchar el sonido de sus articulaciones. En estas líneas sólo resultará posible un rápido sobrevuelo a través de sus largometrajes, una guía de lectura nada más, intentando ejemplificar cómo podría vertebrarse un estudio más detallado.
Número seis
Bande à parte
Imágenes: Juan Jiménez García