número dos | bande à part | imágenes: ferdinand jacquemort
Los últimos sesenta y parte de los setenta, vieron surgir en los cines japoneses un montón de películas que se agrupaban con menor o mayor durabilidad en sagas, que competían entre sí por las mayores dosis de violencia y erotismo desenfrenado, pero cuyos creadores, cuyos directores, también competían por las formas más asombrosas, los planos más atrevidos, el mayor desparpajo fílmico. Gente como Kenji Misumi, Kazuo Mori, Norifumi Suzuki, junto a otros más «considerados» como Kenji Fukasaku o Teruo Ishii, a través de series como El lobo solitario y su cachorro, Zatoichi, el espadachín ciego o Hanzo the razor, entre otras muchas series y películas dispersas, conformaron un universo que ha llegado hasta nuestros días de algún modo (Takeshi Kitano adaptando Zatoichi para el cine, o Takeshi Miike para el teatro).
Lady Snowblood, adaptación como otras tantas, de las historias de Kazuo Koike para distintos cómics, seguramente tuvo su último momento de fama en el momento que fue «adaptada» por Quentin Tarantino en Kill Bill. Álvaro Peña nos adentra en su universo y en el de todas estas películas, inolvidables…