El impulso democratizador de Internet ha permitido, durante la última década, que los aficionados al cine tengan acceso a obras y cineastas cuya visibilidad, en algunos casos, era más que limitada. La posibilidad de descubrir con nuevos ojos el trabajo de vacas sagradas de la primera cinefilia también supone una oportunidad para reevaluar el prisma y el enfoque con el que fueron tratadas sus carreras. O cómo el desconocimiento parcial de algunos aspectos -estéticos, políticos o sociales- podía canonizar a cineastas con su humanidad y sus dobleces morales. Ejemplo de todo ello es Kenji Mizoguchi y, sobre todo, el periodo cinematográfico que abarca el Japón sumido por la dictadura totalitaria de los años 40. ¿Hasta qué punto Mizoguchi, y otros directores, podían conservar las esencias de su discurso sin claudicar ante los valores que propugnaba el nuevo régimen político? ¿Qué análisis se puede llevar a cabo de esa evolución e involución estética e histórica que acaeció entre el antes, el presente y el después del conflicto bélico?
En Tres Mizoguchis: de la fragilidad del arte frente a la política, David Flórez nos invita a recorrer ese periodo histórico a través de la obra de Mizoguchi y su singular revisión de una misma película, Las hermanas de Gion, a la luz de un temperamento más contestatario, previo al régimen, y de una mirada algo más severa y decepcionada durante la posguerra. Un viaje que abarca los entresijos del gigante oriental y las complejidades del arte de uno de los cineastas más grandes de su historia.
Número cinco
Bande à part
Imágenes: Francisca Pageo