Uno de los relatos más extraordinarios de la escritora húngara Agota Kristof, La analfabeta, versa sobre el trayecto de huída que emprendió hasta llegar a Suiza; un camino que le lleva a rememorar su infancia, la eclosión de la guerra y la pobreza, la diáspora del holocausto y el recuerdo de la lengua materna. Un itinerario que la propia autora resumirá, con toda la precisión que atesora su prosa, en la siguiente reflexión: «no he escogido esta lengua. Me ha sido impuesta por el destino, por la suerte, por las circunstancias». Esa adopción de una lengua que no le es familiar resulta, como en otras historias de emigración forzosa, una huella latente de la memoria del pasado que todavía no se ha extinguido. Bruxelles-Transit, el documental que dirigió Samy Szlingerbaum podría pertenecer al mismo rango biográfico que el pequeño relato de Kristof, en el que una madre cuenta a su hijo retazos de su propia vida: la dureza del abandono del hogar, de la lengua y la mirada extranjera, del tiempo que queda y el tiempo que pasa. En resumen, cómo no conseguimos sentir un arraigo, una nueva propiedad, sobre aquel territorio que nos adopta sin preocuparse por esa memoria pasada que anima nuestra identidad.
En Bruxelles-Transit y el espacio entre el presente y el pasado, Borja Vargas elabora un intenso recorrido por el documental de Szlingerbaum; por los no-lugares que filma pacientemente a través de largos travellings; por las anécdotas maternas que puntúan en yiddish, lengua franca y propia, el relato del exilio y el nuevo asentamiento; o por las señales que la experiencia de la Shoah ha dejado en sus testigos, cuyo eco se filtra entre los pequeños detalles para reflejar una herida que nunca termina de cerrarse. El camino que emprende una voz familiar, desde el cine y el documento, para narrar los fragmentos vivos de su historia.
Número cinco
Pa(i)sajes: Persistencia del instante
Ilustraciones: Francisca Pageo