Libros

Rescate, de David Malouf (Libros del Asteroide) | por Óscar Brox

Janto, el más nervioso, el más impulsivo de los dos, es el preferido de Aquiles. Posa su mano con suavidad sobre el pelaje satinado: siente el palpitar relampagueante de los músculos bajo la piel, casi transparente.”

Atrapar la belleza del poema homérico fue uno de los objetivos de David Malouf desde su primera incursión, siendo apenas un niño, en los versos de La Ilíada. La belleza microscópica de personajes y reflexiones cuyo peso era anecdótico le animó a escribir Rescate como si se tratase de una línea de fuga de la épica de Homero. La fuga de una cultura y una moral germinada entre la vergüenza y el valor, el respeto a la dirección de las cosas impuesta por los dioses y la extraña melancolía (cuando tal término no tenía lugar ni sentido) que irradia la mirada de Aquiles ante ese mundo que inevitablemente morirá en el interior de unos versos, mientras la realidad se abre hacia otras costumbres. El factor humano es una obsesión para Malouf, como si la grandeza de Homero hubiese que localizarla en todo lo que calla: en el llanto inconsolable de un padre que quiere honrar el cadáver de su hijo; en la pena infinita de un héroe abatido por el peso de su leyenda; en la vida frugal y sencilla. Por eso, Malouf lleva a cabo su relectura homérica a partir del relato de un anciano carretero, alguien lo suficientemente alejado de la épica como para que en su narración desvele que, tras el ímpetu de Grecia y Troya, se presentan en estado puro los temas universales de la literatura. Con la delicadeza y la finura de quien pretende resucitar el espíritu de un tiempo pasado, David Malouf hace de Rescate el más hermoso testamento escrito a propósito de Homero. El último hilo de vida de una tradición que se eclipsa tan lentamente como la mirada de Aquiles sobre todas las cosas. 

 

La infancia de Nivasio Dolcemare, de Alberto Savinio (Siruela) | por Ferdinand Jacquemort

Nivasio Dolcemare, como Alberto Savinio, nace un día de esos en Grecia, lo cual le hace más italiano que los propios italianos, puesto que es él quien elige serlo. Allí pasa su infancia, momento de la vida del hombre (como indica la cita inicial) en la que nos encontramos bajo el cuidado de Antia, la ninfa de las primicias.

Así, esta es la historia de todo lo nuevo que nuestro hombrecito encuentra alrededor de él, en sus días griegos, con una familia Dolcemare centro de una sociedad alta y cosmopolita, llena de bichos raros con devenires inciertos, emblemáticos a su modo. «Desde el fondo oscuro de la infancia, los «problemas» de las personas serias le han inspirado siempre la mayor desconfianza. Falto aún de discernimiento, el instinto le sugería que esas opiniones en apariencia contrarias eran en realidad dos aspectos distintos de la misma forma de estupidez».

Alberto Savinio, dígamoslo, era el seudónimo de Andrea de Chirico, es decir, hermano de Giorgio de Chirico. Dedicarse se dedicó a todo, desde músico a pintor, pasando, claro, por escritor, y atravesó su tiempo de la forma más inteligente que podía hacerlo. Y su tiempo no fue el más sencillo. Conoció a Apollinaire y los surrealistas, cierto, pero también a Mussolini y el fascismo. Considerado por Leonardo Sciascia como el más grande escritor italiano del siglo pasado (un elogio importante de alguien a quien considero el más grande escritor italiano del siglo pasado), su obra en España ha corrido una suerte incierta: ha sido profusamente (y deliciosamente editado), por Siruela principalmente, pero sigue siendo después de todo demasiado desconocido.

Con una escritura absolutamente deslumbrante (de la que La infancia de Nivasio Dolcemare es un brillante ejemplo, quizás su libro más emblemático), Savinio conjuga una cultura abrumadora con la más fina ironía, en un estilo nada sencillo pero profundamente adictivo.

Hay una anécdota que quizás resume al hombre, quizás al libro. Savinio, en sus últimos años, dormía en una habitación separada de su mujer. Dejaban siempre la puerta abierta, hasta que un día ella, al levantarse, encontró la puerta cerrada. Él había muerto.


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