Insumisa, de Yevguenia Yaroslávskaia-Markón (Armaenia)  Traducción de Marta Rebón | por Juan Jiménez García

Yevguenia Yaroslávskaia-Markón | Insumisa

¿Para quién escribir? Esa pregunta. ¿Para quién escribir una autobiografía? La historia de una vida, la propia. Es más. Para quién, cuando estás en un campo de trabajo, en un lugar remoto de ese primer mundo soviético. Cuando sabes que vas a morir, que van a acabar contigo, y todo esto, tu vida en un puñado de papeles, irá a las manos de tus verdugos, unos ordenados verdugos que lo archivarán convenientemente, como lo archivan todo: papeles, personas o países enteros. Estas preguntas quedan ahí, en el epílogo que cierra Insumisa. No hay respuestas. O solo una. Sea para quién fuera en su momento, ahora es para nosotros, setenta, ochenta años después. No sé si me gusta la palabra testimonio. Me suena a guardar cosas en una caja y guardar esa caja en un armario y ese armario en ningún lado. Sin embargo, la vida de Yevguenia Yaroslávskaia-Markón está tan viva… Si mientras pudo vivió en una completa libertad, qué sabrá ella de encierros.

Yevguenia es una adolescente enfrentada a todo desde bien pronto. Viene de una familia acomodada y aunque con la revolución bolchevique eso no representa mucho, aún era algo. Ella sin embargo renuncia a cualquier privilegio y, con ello, a su familia. Su odio contra el nuevo régimen no se funda en la añoranza del antiguo, precisamente, sino todo lo contrario: de ideas cercanas al anarquismo (y de actitud aún más cercana), piensa que los comunistas han traicionado la revolución, por lo que hay que hacer una nueva revolución que vaya no más lejos, sino a dónde iba aquella primera. Es peligroso tener ideas, más peligroso contarlas y aún más peligroso pretender vivir acorde a ellas. Y ella fue de una coherencia increíble. Tal vez no para su tiempo, desde luego para el nuestro. Se casa con el poeta futurista (variante biocósmica) Aleksandr Yaroslavski, que tiene ideas igual de peligrosas sobre el devenir bolchevique. Tanto que tienen que abandonar el país. Se dedican a dar conferencias por Alemania y llegan, ilegalmente, a París. Pero todo es inútil y la miseria no les abandona ni por un instante. Deciden volver a la Unión Soviética. Él sabe que allí solo le espera la condena y la muerte. Es cuestión de tiempo. Ella recuerda (no tiene importancia) que había perdido los pies en un accidente de tren años atrás. Con todo, son felices. Tal vez porque la felicidad es algo íntimo, después de todo.

En efecto, Aleksandr acaba en prisión. Ya no saldrá, con un motivo u otro. Irá de aquí para allá, de campo de trabajo en campo de trabajo, hasta la condena definitiva. Mientras tanto, Yevguenia va tras él. Con sus estudios, podría trabajar en una oficina, pero con su cabeza es imposible. Ha decidido que lo que quiere hacer es robar. Vivir en las calles, ganarse el dinero de cualquier manera, estar entre los delincuentes. Empieza vendiendo periódicos y acaba robando maletas. También hace de adivina. No es que se crea con poderes (ella, atea, contraria a toda religión): simplemente funciona. La gente le busca, le pide que les diga un futro que ella les reconoce no saber. No importa. No tardará también en llegar la prisión, la deportación, el campo de trabajo, la muerte.

Así, todo parece ser la historia de un drama, de una historia de amor en los tiempos soviéticos, un testimonio más del hundimiento de las ideas y de la crueldad ilimitada del hombre para con el hombre. No. Yevguenia Yaroslávskaia-Markón no se lamenta. Al contrario. Incluso en las condiciones más terribles, el relato transmite una extraña sensación de felicidad. De la felicidad que da vivir acorde a uno mismo, asumiendo las consecuencias, aunque estas sean no ya terribles, sino terroríficas. Ningún lamento por el destino, porque el destino fue buscado. En su prólogo, Oliver Rodin habla de su propensión al absoluto. Y sí, no se me ocurre mejor palabra para encerrar esa vida. En aquella fosa común en la que seguramente acabaría, podían haber escrito “vivió su vida”. Y eso ya es mucho más de lo que podían haber escrito sobre otros tantos antes que ella, otros tantos después de de ella.

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