Las nuevas desventuras del joven W., de Ulrich Plenzdorf (Marbot) Traducción de Marisa Delgado | por Juan Jiménez García

Ulrich Plenzdorf | Las nuevas desventuras del joven W.

Entonces está la historia. Edgar Wibeau (léase Wibo, siguiendo las indicaciones de su hugonote propietario) era un jovencito que vivía en Mittenberg, una ciudad inventada de la Alemanía oriental (más conocida como RDA). Su padre se marchó cuando tenía cinco años y le quedó su madre. Él, por su parte, llegó a los diecisiete años, edad más que suficiente para morir en un desafortunado incidente. Sí, esa es más o menos la historia. Pero lo importante son los detalles. Volvamos pues. Edgar Wibeau no se queja especialmente de nada. Es un tipo lleno al que los problemas no le preocupan más allá de que tienen que ser resueltos. No hay que darle muchas vueltas. Tiene algunas ideas en la cabeza y un cierto gusto por la pintura, aunque en un país abstracto como la RDA, se busca el realismo. Socialista, claro. Como no puede leer todos los libros, piensa que se debe concentrar en dos (todo perfectamente razonado, hay que decirlo). Estos dos libros son Robinson Crusoe y El guardián entre el centeno. Un día, por una urgencia fisiológica, descubre a un tal Werther, que no le convence demasiado. Es decir, nada. No puede entender como un tipo con un caballo puede llevar una vida tan atormentada por culpa de la Lotte esa. Pero, mira por donde, sus vidas se empiezan ya no a parecer (no sería capaz), sino a cruzarse de algún modo.

El caso es que Wibeau se encuentra con su Charlotte, pero como él ha llegado unos siglos después, decide llamarla  Charlie, nombre que tampoco se ajusta a la realidad. Charlie lleva una guardería que se cae a pedazos y tiene un prometido que vuelve del servicio militar y también se cae a pedazos, de lo ordenado que es. Y de ahí a una vida desventurada no le queda mucho a nuestro W., solo que él no es muy propenso a atormentarse ni tampoco tiene ninguna intención de suicidarse. Pero también es verdad que no tiene un caballo, para poder escapar a su destino.

Ulrich  Plenzdorf escribía guiones para el cine. Las nuevas desventuras del joven W., de hecho, fue antes guión que novela, pero fue novela antes que película, y obra de teatro antes que novela y película y una novela antes que la novela definitiva. En determinados lugares, en determinadas épocas, todo era enrevesado, y el humor no era el género preferido. Y más, si ese humor estaba basado en hechos reales, y este nuevo W. era un poco… demoledor. El caso es que finalmente logró aparecer, algunos años después, convertido en una obra de culto, gracias al teatro. El porvenir es largo. Y es que la obra de Plenzdorf, todo sea dicho, es un maravilloso hallazgo. También en lo narrativo. El padre que abandonó a nuestro W., emprende una búsqueda de información sobre él, punteada por los comentarios del protagonista desde el más allá. Los testimonios se suceden, no siempre muy ajustados a la realidad del callado Wibeau, cuya vida mental, es riqueza considerable en la que se cruzan Goethe y la sabiduría popular de un jovencito con ideas propias.

No me voy a ir muy lejos si digo que hay algo en él (y me quedo en el estupendo catálogo de la editorial Marbot) de Venedikt Eroféiev y sus andanzas etílicas soviéticas, y de Liudmila Petrushévskaia, y sus andanzas domésticas soviéticas. Debe ser el aire de su tiempo, de esa parte del telón, de aquella vida en general. Porque seguramente Werther está más cerca de Wibeau que sus contemporáneos, aún sin entenderlo, pero Wibeau está más cerca del hombre salvaje que de ninguna otra cosa. Más cerca de alguien que aspira a algo parecido a la libertad, sin saber muy bien qué es eso. Tal vez Robison Crusoe en su isla. Islas hay tantas, tantos naufragios, tantos náufragos…

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