Melodía sentimental, de Tadao Tsuge (Gallo Nero) Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés | por Juan Jiménez García
Dice Tadao Tsuge, en un texto que se incluye a propósito de esta edición, que él quería hacer reír con su obra, pero nadie reía, luego le dio igual y siguió haciendo lo mismo. No, es cierto, nadie ríe. Nadie debería reír. Sus relatos acaban una y otra vez en el final de la guerra y en aquellos años inmediatos. Es su obsesión reconocida. Su obsesión, su trauma. También el contenido autobiográfico, aunque cuesta, esta vez cuesta, encajar estas cinco piezas en una sola vida. Sí, en la primera, trabajó en un banco de sangre. Luego, quién sabe. Una autobiografía también puede ser un estado de ánimo. En Melodía sentimental, el mundo no se hunde (porque ya está hundido), y sus protagonistas pastorean ruinas, ocupan mal que bien el tiempo, ni tan siquiera esperan cosas mejores y lo mejor que pueden decir es que siguen, de algún modo, vivos. Como los protagonistas de Basurero, que esperan su momento para donar sangre, única manera de pagarse el alojamiento y algo de comer y quedarse ahí, tirados, esperando que esa sangre regenere para poder volver a donar y así una y otra vez, bajo el calor, esperando la lluvia como quien espera el único momento en el que podrán sentir algo, sentirse algo. Ya no personas, eso sería algo exagerado, pero seres vivos. Tsuge los dibuja desmañanados, como líneas en descomposición, feístas, en un mundo desprovisto de todo, sin fondos, como sin esperanza, abyectos aún en ese no ser nada.
En las dos entregas de El barrio de las cloacas, nada cambia (porque siguen compartiendo ese momento temporal, que en realidad es una suspensión del tiempo, puesto en pausa, enfangado). Prostitución, amantes, peleas, yakuzas, si es que llegan a ello, perdedores todos, en un mundo gris, de tramas grises, como una oscuridad que les devora, que los elimina, les deja sin rasgos, sin rostros. Ni aun trabajando en turnos imposibles, consiguen ir mucho más allá. Viven en un interminable laberinto de callejuelas y comparten con los perros vida y destino. Piensan en las carreras de caballos, en el pachinko, a veces en la mujer y los hijos. Pasean sin nada más que hacer que pasear. No es que haya nada de agradable en ello, simplemente pasean, como pasean por los días, las relaciones y los trabajos. Pelean y la sangre cae por el rostro, pero no es muy distinta a la lluvia. En Melodía sentimental, el tono es el mismo. Peleas, desesperación, terrenos baldíos, nihilismo, la poca energía que queda empleada en un dejarse llevar por los impulsos hacia la destrucción. Desaparecer desdibujados.
Dos relatos más, mismo protagonista, tres años de diferencia en su publicación. La fuga de Aogishi Ryokichi y La muerte de Aogishi Ryokichi. Un oficinista acaba con los años de jefe de sección. Pero en su empresa quieren enviarle lejos, al campo, lo que podría ser una manera de deshacerse de él. Los días pasan, su tiempo ha pasado, el futuro se presenta como una decisión como otras tantas que habrá tomado (sin que haya una verdadera posibilidad de elegir). Las cosas son así, como son. Esa fuga es como el aire que se escapa, poco a poco. Cuando en el siguiente relato un personaje llega a una pensión barata en un lugar perdido, allí está Aogishi Ryokicki, está vez atrapado en una espiral de pesadillas. Tiene un arma. La guerra sigue con él, en él. Cuando se encuentra con la posibilidad de vengarse de su pasado, es incapaz. La única manera de acabar con ese pasado es su propia muerte. Luchar contra los elementos, luchar contra la propia existencia. No, en los relatos reunidos de Melodía sentimental no no nos reímos. Incluso si hubiera algo de lo que reírse, seguirían siendo tristes. El propio Tsuge ha podido llegar hasta nuestros días trabajando y él es el primer sorprendido. Ya Gallo Nero publicó Mi vida en barco, su gran pasión. En algún lado queda la vanguardia de la revista Garo (el periodo de al que corresponden estas obras) y su hermano Yoshiharu. Comparten derrotas y un lugar en la historia del manga.