Que Kubrick fue un genio que impresionó y aún sigue impresionando por la cantidad de mensajes subliminales encubiertos en sus filmes es algo que cualquiera que le dedique un mínimo de interés al cine es capaz de reconocer. El maestro podría tener incluso su propia gama de colores: Rojo Overlook, Azul de Ojos Cerrados o Blanco Leche con Venloceta.
Simon Roy (1968) es un profesor de literatura en el Colegio Grolux de Quebec, y nos trae precisamente su experiencia vital y profesional atrapada bajo ese color tan genuino del cineasta. Mi vida en rojo Kubrick es una obra a medio camino entre el estudio neurótico de El resplandor y la extraña y coincidente asociación de la película con la propia vida del autor.
Aunque «neurótico» tal vez sea un adjetivo que se quede ligeramente cojo con la experiencia de Simon Roy. Ciertamente, en la lectura uno es capaz de comprender que le afectase el suicidio de su madre hasta tal punto que el recuerdo atesorase cada instante de pérdida de la cordura, y que tal vez se pueda ejecutar una especie de paralelismo con Jack Torrance.
Un poco tomado por los pelos, tal vez. Si cada lector o espectador de cine tratásemos de identificar una obra que nos ha gustado o que nos ha supuesto un shock importante con nuestra propia vida, tal vez todos estuviésemos ligeramente trastornados como poco.
Ahora bien, un único hecho no define la obsesión de un individuo. Es la posibilidad remota la que hace que uno pierda la conciencia de sí y de su singularidad para volverse uno con lo que se le presenta ante sus ojos, ante lo cual se identifica. Un trauma es para toda la vida, pero si esa experiencia viene apoyada por la desaparición de una tía y sustentada en el fondo por un abuelo psicópata al que no le tembló el pulso al asesinar a su esposa, bueno, tal vez podamos dar un poco más de crédito al obsesivo interés por El resplandor y sus entresijos.
Y es en este punto donde se imbrican el estudio y la realidad personal donde adquiere sentido el acertado y meticuloso trabajo de Simon Roy. Penetrar en la mente del cineasta es un objeto imposible, pero el autor nos ofrece un acercamiento a su idea de perfección, que pasa por la obsesión por que absolutamente nada quede al azar y todo cuanto deba tener sentido, abierto u oculto, esté trabado al conjunto general de la obra con una obsesión rayana en lo enfermizo.
Alpha Decay se ha atrevido a editar la primera obra de un autor en nuestro país desconocido. Hasta hoy. El libro es absolutamente prescindible en cuanto a estilo artístico -a pesar de que el autor elabora un cuidadoso ejercicio de mímesis literario con el transcurso de las escenas de la película, ajustando el tempo y el clímax del libro a los de la cinta-, pero para los amantes del cine, la psicopatía y los entresijos mentales de Kubrick, estas páginas son una delicia que, en el más pobre de los casos, le harán plantearse a uno hasta dónde es capaz de llegar su mente para juzgar presente en su vida una tonalidad de color diferente, un color Kubrick.
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