Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino (Siruela) | por Óscar Brox
Entre escritores como Perec, Queneau e Italo Calvino siempre ha existido un gusto por el reto literario. Cada texto, marcado por algún tipo de limitación, enmascaraba bajo su prosa traviesa fórmulas matemáticas, estructuras y ritmos -escribir/expresar cada idea con la misma fluidez y velocidad que la frecuencia de cruce de un semáforo-, y un continuo desafío para la comprensión lectora. Sin embargo, el resultado conseguía hibridar lo poético (o lo humano) con lo técnico. Así, el hiperdetallismo de Perec a la hora de describir a través de sus objetos las entrañas de un matrimonio pequeñoburgués no eclipsaba su profunda ternura hacia esos personajes. Con Italo Calvino sucede algo parecido: mientras el lector observa cómo se despliega su ejercicio de estilo a propósito de la posmodernidad literaria -donde autor, lector, discurso y desarrollo se entremezclan y disuelven de tal forma que la novela muta su identidad en cada nuevo tramo-, se deja llevar por los caminos sinuosos de su escritura. Un posible relato criminal se interrumpe ante un error de imprenta, su lector busca otra copia del mismo libro y, en cambio, encuentra que la historia que le prometieron -a la que ya había acostumbrado su curiosidad lectora- ha desaparecido. El crimen, como la letra e de Perec, ha desaparecido y en su lugar no hay más que otro relato. Cada cuento, en el fondo, es la semilla de su continuación, la travesía de ese lector ansioso que descubre el amor efímero, las lenguas muertas de una vieja provincia europea de un viejo país muerto, o la conspiración que una red de falsificadores ha urdido en torno al ejercicio mismo de escribir. Cada relato muere antes de culminar su clímax, mientras advierte la necesidad de todo lector de encontrar, entre las palabras de un texto, una tabla a la que agarrarse. Tal vez por eso, Calvino debería ser precursor de aquellos hipertextos juveniles de Elige tu propia aventura, pues su obra testimonia con que cada palabra que escribimos prende en un nuevo relato, un nuevo camino, un discurso diferente y nuestro reto, como lectores, de conseguir penetrar en el núcleo de su narración.
Manual de Saint-Germain-des-Prés, de Boris Vian (Gallo Nero) | por Ferdinand Jacquemort
Este ha sido un verano de libros inacabados o libros no publicados. Hay momentos así. Nos da por las cosas extrañas, los fenómenos sobrenaturales. Inacabados porque vas y te mueres (La mujer sentada, de Guillaume Apollinaire), inacabados porque su tiempo pasó (Hazard y Fissile, de Raymond Queneau), no publicados, porque la cosa no parece tener solución y acaba perdida en algún rincón, hasta que tu mujer lo encuentra, llega tu estudioso de cabecera (en este caso Noël Arnaud) y ahí está, otro inédito. El Manual de Saint-Germain-des-Prés lo escribió Boris Vian allá por 1950. Era un encargo de un editor ingenuo, que no llegó a ver el libro. Saint-Germain-des-Prés era el centro de París, Vian el centro del Saint-Germain-des-Prés, ¿qué mejor idea? Ahora bien, imaginemos un libro sobre la historia personal del surrealismo escrito por André Breton pero sin que aparezca Bretón por ningún lado (¡imposible!, Breton no sería capaz… en todo caso, una historia personal en la que solo aparezca él…). Bien, nuestro hombre lo hizo. Fue capaz de hablar a lo largo y a lo ancho de todo el libro desapareciendo, desvaneciéndose, en fin, borrándose.
Pero, ¿puede ser eso? Podemos asistir a tal efecto paranormal. No, claro. Boris Vian puede no aparecer “físicamente”, pero está en cada pliegue de este libro, a la vuelta de cada palabra, escondido en cada párrafo. Tal como animaba las noches y los días del barrio, anima su historia. Cuando habla de los personajes que lo habitan, es él, cuando habla de su geografía, de sus calles, de su historia, es él, cuando arremete contra esos cerdos de la prensa y sus periódicos-porquería, que nunca entendieron nada (o peor, lo desentendieron para los demás), es él. El Manual de Saint-Germain-des-Pres, que tan oportunamente edita Gallo Nero, para nosotros, es un libro suyo a tiempo completo, no una guía despersonalizada para estudiantes de sociología noctámbula.
En el mundo hay pocos placeres como leer a Boris Vian. Encima, es legal (por el momento… y no siempre lo fue, hay que decirlo). Como para dejarlo pasar.