Autoficción. Una ingeniería del yo, de Sergio Blanco (Punto de Vista) | por Juan Jiménez García

Sergio Blanco | Autoficción

Si hay un género que atraviesa la literatura actual (y no solo), que es centro de polémicas y territorio demasiadas veces resbaladizo, ese es la autoficción. El creador del término fue el francés Serge Doubrovsky, que lo explicaba así: la autoficción es una ficción de acontecimientos y de hechos estrictamente reales. Leída, me resulta un poco confusa. Me gusta más una de las múltiples acotaciones de Sergio Blanco: cruce entre relatos reales y ficticios, lado oscuro de la autobiografía (que tiene un pacto con la verdad, mientras que la otra lo tiene con la mentira). Nos vamos acercando, también a la problemática inicial. Es decir, estamos hablando de una literatura del yo, en el que ese yo es, parcialmente, una ficción. El peligro del yo, obvio es decirlo, es el egocentrismo. Y la facilidad. Escribir en primera persona, tomado a la ligera, puede ser algo más sencillo que la pura ficción (si es posible una ficción pura, con un escritor ausente… yo creo que no). El caso es que Sergio Blanco, hoy por hoy y desde hace mucho, es ese hombre inevitable al que hay que acercarse para no solo entender mejor este concepto (en su caso aplicado a la literatura dramática y el teatro, pero cuya base teórica es universal) sino para contemplar una de las obras más conseguidas y atrevidas en su uso. Huyendo de la simplificación de quienes la atacan, la ha defendido con una claridad cristalina, abriendo a su vez nuevas posibilidades, convertido en un referente. El texto básico de todo ello es, precisamente, este Autoficción. Una ingeniería del yo. Para su teatro, las opciones son múltiples, pero Autoficción, que recoge varias de sus obras, incluida la icónica Tebas Land, es esencial. Todo en Punto de Vista. 

A estas alturas ya habremos entendido que la autoficción no es algo de nuestros días, sino que viene de lejos, tanto como Sócrates y su Conócete a ti mismo. Ahí se ubica el escritor uruguayo, que dedica uno de los capítulos a una breve historia del género o sus referentes a través del tiempo, hasta llegar a nuestros días. Este concepto de Sócrates es importante, porque el dramaturgo sostiene que escribir sobre uno mismo es acercarse a los otros y que uno escribe para ser querido y, de igual manera, para conocerse. Así pues, lo que aportó Serge Doubrovsky fue el término y, una vez nombrado ese algo, empezaron a encajar piezas dispersas. San Agustín, Santa Teresa, Montaigne, Rousseau, Stendhal, Rimbaud, Nietszche, el psicoanálisis. Escritores como Kafka o Céline (y yo echo mucho de menos a Michel Leiris). En fin, no voy a reescribir el libro. Me interesa la última parte porque en ella se contiene aquello que le lleva a Blanco a teorizar, y a otros muchos a atacar: el individualismo exacerbado. Todo el libro intenta sacar al término de ahí, de ese barro en el que sin duda ha caído, pero que en infinidad de casos está más que superado. Esa búsqueda se concreta en la frase que cierra el libro: yo no soy yo. Pero ¿cómo llegar hasta ahí? 

Partamos de algunos apuntes generales, varios ya señalados. Otros más: Nuestro tiempo interior no se corresponde con el tiempo real, la memoria tiene sus lagunas, que hay completar, y ahí aparece la ficción, desde esa imposibilidad de alcanzar la verdad. Es decir: podemos no recordarlo todo, pero podemos reinventarlo. Siguiendo a San Agustín: todo es presente, declinaciones del presente. Sergio Blanco propone un decálogo. En Kassandra, se celebra el milagro de la conversión, la transmutación de una cosa en otra. Buscarse para encontrar otro yo. Está ese ligero desplazamiento de la realidad. Entonces, nada es nada. En lo escrito, uno ya no se reconoce. Pensamos: la escritura se vuelve todo yo. No, al contrario. Nada es yo. Decir lo indecible. Desvelar: He ahí el acto épico del héroe ficcional que se confiesa. Las identidades se multiplican y se superponen en capas. El pasado es un misterio igual al futuro. Un tiempo incierto. Esa multiplicación tiene sus mecanismos: la autoelevación (el yo sublimado, incluso extremadamente sublimado, como en La ira de Narciso, como confesión del fracaso) o lo contrario, la degradación, aparentar menos, otra fractura. Todo es una cuestión de heridas, de sanación. En el epílogo afirma: Inventarme para combatir la soledad y hacerme querer. Yo no soy yo. 

En su introducción a Autoficción, Sergio Blanco nos promete un ensayo (en el sentido de prueba), una tentativa (esa palabra tan de Perec). Pensar como autodesestabilización y cuestionamiento permanente. Dice: Pensar es siempre pensar contra uno mismo. No busca el agotamiento de las posibilidades del género, sino señalar esas posibilidades. No se trata de defender, sino de entender, de una búsqueda. Un entendimiento que, además, recorre a la par que sus propias obras, en las que podemos ver reflejado todo este aparato teórico a través de múltiples ejemplos. Decía Georges Perec. En la tentativa de Sergio Blanco no se busca el agotamiento, ese todo imposible, sino ser una base de trabajo, de reflexión, de entendimiento. No es punto final, sino punto de partida. Un eterno punto de partida. 


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