Siete miedos, de Selvedin Avdić (Sajalín) Traducción de Tihomir Pistelek y Luisa F. Garrido | por Óscar Brox

Selvedin Avdić | Siete miedos

Una de las cuestiones que frenan la entrada de Bosnia en la UE reside en su división territorial. O cómo los conflictos políticos, religiosos y raciales que desencadenaron la Guerra entre 1992 y 1995 permanecen encapsulados en el idioma, el poder y la identidad nacional. En ese potaje de sentimientos y patrias, la sombra de un pasado de horrores se manifiesta de diferentes formas; está la exaltación de unas tradiciones y leyendas enraizadas en las mitologías del terruño; está, también, la depresión tras el desastre, los cielos permanentemente encapotados y las ciudades que todavía exhiben las cicatrices del fuego de mortero; y está, por último, la ansiedad por dar con una voz, con una escritura, que haga hablar a todos esos fantasmas que se arremolinan entre las ruinas de un Estado que vivió su independencia a caballo entre las limpiezas étnicas y la fractura de una Europa común machada por su incapacidad para actuar.

Siete miedos arranca casi una década después de la Guerra. Una voz, un hombre que duerme, que ha permanecido aislado durante meses en su piso, consigna el estado comatoso de una sociedad partida entre las necesidades más básicas y el dolor. Avdic nos traslada hasta un escenario nocturno, vacío, en el que la inquietud convive con algo peor: ese vacío vital que ha relegado a su protagonista a un encierro voluntario. O lo que es lo mismo, al olvido. Que su profesión fuese la de periodista no puede resultar más elocuente. En un tiempo en el que flaquea la búsqueda de la verdad, construido sobre lo falso y las ficciones, no queda otra que ese incómodo lugar al fondo del paisaje desde el cual enlazar la cadena de acontecimientos que nos han conducido hasta aquí. Es por ello que la novela se construye en dos tiempos: de un lado, el diario en el que Aleksa remite sus últimos pensamientos mientras intenta sobrevivir en una Bosnia marcada por la destrucción; del otro, la pesquisa, prácticamente, detectivesca que tiene lugar en una ciudad sonámbula, vencida, en la que permanecen inalterables los males que la atenazaron en tiempos de guerra.

Avdic trabaja la atmósfera con la intención de introducir un elemento fantástico: el perkman, figura perteneciente al folclore que marca el destino vital de Aleksa en su descenso a las minas. Pero, asimismo, el propio autor nos confiesa que no hay nada más fantástico que la realidad. Que esas visiones son parte inherente a la idiosincrasia bosnia, alegorías para explicar la profundidad de una herida que ha desangrado a su pueblo. De ahí que, alternativamente, Avdic traslade el peso de lo fantástico, de lo extraño, de la fantasía a la realidad; de las criaturas sobrenaturales a esas ruinas que tanto gustaban a Danilo Kis. No en vano, su novela mantiene una estructura sólida en torno a la investigación sobre lo que sucedió a Aleksa, que el protagonista traslada a su propio devenir durante y después de la guerra; a su fracaso matrimonial, a su pérdida de fe en el periodismo; o a ese olvido, aparentemente inocente, de toda aquella violencia que late en el corazón del país. Es en este sentido donde sobresale la capacidad de Avdic para construir lo fantástico cuando narra la historia, casi mitológica de los Hermanos Pegaz. En el fondo, nos dice, son solo dos criminales que han aprovechado el desorden para levantar su imperio. Sin embargo, a través de los ojos del protagonista, ambos se convierten en una suerte de barqueros que nos conducen por la laguna estigia de la sociedad bosnia, enseñando todo lo real que late tras lo fantástico. Toda la violencia que, de alguna manera, se ha intentado reprimir, olvidar, desdibujar apelando a la hondura de las raíces del lugar.

Los miedos que dan título al libro, en esencia, son como preceptos para tratar de recuperar esa identidad perdido, olvidada o derrotada. El trayecto que abarca el descubrimiento de la muerte de Aleksa, lo más parecido a un desvelamiento. O sea, cuando descubrimos todo aquello que voluntariamente hemos reprimido mientras tratábamos de encontrar una escapatoria para el Horror. Avdic construye personajes apáticos, cuando no abiertamente antipáticos (sobre todo, Mirna, la hija de Aleksa). Personajes con deudas y dolores, progresivamente más conscientes de todo lo que implica cada silencio, del papel que cada uno jugó en la guerra y de la onda expansiva que aún hoy trae consecuencias, más morales que físicas. Por eso su novela respira ese aire de derrota permanente, de noir balcánico en el que solo gana quien enseña lo peor de la humanidad. En el que la crueldad de dos hermanos, Rómulo y Remo de una Bosnia en llamas, Aldin y Albin Pegaz, nos muestra todo el sustrato de verdad que se esconde tras las leyendas y el folclore fantástico. Cuando se disipa la niebla y solo queda la noche.


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